—Un brindis para celebrar que al hombre aquí le soltaron la correa —Edo alzó su copa y Felipe lo imitó.
Andy los miraba de mala gana.
—Nadie me soltó nada. Son otros los que deben estar acostumbrados a que sus parejas los tengan de las bolas y por eso se proyectan en mí.
—¡No te habíamos visto en semanas! —replicó Edo.
—Porque alguien quería matar a mi novia, ¿esperabas que la dejara sola?
—Sí —intervino Felipe—, y que de paso te fueras del país y cambiaras el nombre. Ojalá y yo también lo hubiera hecho —su mirada se empañó, recordando el terrible episodio vivido con los matones de los Sarkovs. Todavía tenía pesadillas donde era secuestrado y sometido a las más terribles torturas.
Se sacudió en un escalofrío y pidió otro trago.
—Tampoco podía juntarme con ustedes o los habría puesto en peligro.
—Ni mencionar que sospechabas que el responsable podía ser uno de nosotros. ¡Tus amigos! —agregó Felipe. Se llevó el vaso a la boca con la mano temblorosa, una clara señal de estrés pos