El corazón del guardaespaldas: 4. Preocupado por esa rubia
Se terminó de secar el cabello con una toalla y se acercó despacio; quería hacer el mínimo ruido. La estudió más de cerca y tocó su pulso, era débil, pero respiraba, y es que con lo delgada que de verdad era no estaba seguro de que se hubiese quedado dormida o desmayado por lo poco que comía.
¿Cuánto debía pesar? ¿40 kilos? ¿Quizás menos? Podría ser.
Sacudió la cabeza y dejó de pensar en tonterías. No estaba bien hacerlo y mucho menos tenía derecho a opinar sobre su cuerpo o su peso.
Oteó el televisor que reposaba junto al televisor de la sala y luego miró a través de la ventana; eran apenas las siete y fuera todavía llovía a cántaros. Decidió dejarla dormir un rato, además, lucía un poco pálida y ojerosa esas últimas semanas, seguro necesitaba ese descanso.
Tomó una colcha del otro sofá y la cobijó hasta los hombros sin poder evitar absorber ese delicioso aroma a banana que parecía ser muy particular en ella… y que le gustaba. Sonrió como un tonto, como un pequeño, reconociendo una v