50. Regresa a casa conmigo, por favor
— No puedo creer que le hayas golpeado de ese modo — dijo ella, cruzada de brazos, ahora estaban en la habitación que solía ser de él, y a donde la había arrastrado para así poder hablar con ella.
Emilio se tensó y volteó los ojos.
— Yo soy quien no puede creer que todavía lo defiendas — dijo, un poco molesto.
Grecia, que llevaba todo el rato de espaldas a él y con la mirada perdida en ese enorme jardín, negó con la cabeza y al fin se giró.
— Estás sangrando… — musitó, preocupada, entró rápido al cuarto de baño y buscó cualquier cosa con la que pudiera limpiarlo, cuando regresó, él todavía estaba allí de pie, observándola moverse de un lado a otro — siéntate.
Sin rechistar, obedeció.
La muchacha se colocó en medio de sus piernas y con una delicadeza muy propia de ella, comenzó a curarle la herida que se abría desde el arco de su ceja hasta el inicio de la sien.
El italiano colocó las manos en sus caderas y la miró desde su perspectiva, absorto en ese bendito aroma a frambuesas que cad