La música seguía resonando en los corazones de todos los invitados, incluso cuando la fiesta de compromiso había llegado a su fin. Las luces suaves y el ambiente romántico hicieron que la noche fuera inolvidable para Maia y Vladimir. A pesar del desastre provocado por Javier, el torpe asistente que parecía tener un talento innato para arruinar los momentos importantes, la celebración fue un éxito rotundo. Maia, con su dulzura y temple, se encargó de calmar a Vladimir, de hacerlo sonreír, de recordarle que lo más importante no eran los errores ni los detalles que salían mal, sino el amor que los unía.
La pareja se retiró a descansar una vez que los últimos invitados se habían marchado. Caminaban tomados de la mano por el pasillo iluminados solo por unas cuantas lámparas, intercambiando miradas cómplices, besos furtivos y algunas risas bajas que llenaban el silencio con ternura. Al entrar a su habitación, Maia dejó escapar un suspiro.
—Me duelen los pies y se hincharon —se quejó, mientr