Veinticinco

Un sorbo de la bebida alcoholizada le saca una mueca, pues siente como si se le quemara la garganta. Se refugia en el efecto del alcohol, que le produce una sensación de bienestar momentánea, mas no le quita de la mente la escena de Tom y Katerina.

—Mujer ingrata y tonta —masculla con expresión de disgusto y da otro sorbo—. Yo te defendí de esos buitres y hasta estuve dispuesto a casarme contigo solo para ayudarte; sin embargo, lo prefieres a él, un maldito cerdo que te trata como la mierda y que te tronchó el camino a tu sueño. ¡Malditas mujeres! ¡Son todas unas ingratas, rompe corazones! —vocifera, captando la atención de los presentes.

Así se pasa el resto del día, bebiendo en un bar y maldiciendo a las mujeres y a Lilibor.

Cuando se pone el sol, camina casi arrastrándose por las oscuras calles, buscando un motel donde dormir.

—Hola, papacito. —Escucha que lo llaman, y él se detiene.

—Mujer, ¿conoces algún motel cerca de aquí? —pregunta, atolondrado.

Ella lo detalla con cara de per
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