Los ojos de Katerina analizan, incrédulos, la imagen frente a ella. Con la boca abierta, el cuerpo rígido y la respiración entrecortada debido al espanto previo, parpadea varias veces hasta que reacciona.
—¿Qué haces aquí? —interpela ella, evadiendo la pregunta que él le hizo, mientras lo encara indignada.
¿Cómo se atreve a ir a su casa después de haberla perjudicado?
—Vine a que hablemos y aclaremos todo, mi amor. Pero no me has respondido, ¿por qué estás tan desaliñada?
—Ese no es tu asunto y nosotros no tenemos nada de qué hablar —responde con nerviosismo y vergüenza. Se reprende a sí misma por no haberse arreglado antes de abrir la puerta.
En ese momento, Gio sale del pasillo y se coloca al lado de Katerina.
—¿Cómo la llamaste? Maldito cabrón de mierda, ¿quién te crees que eres para venir a la casa de mi mujer y llamarla “mi amor”? ¿Te molesta seguir respirando o qué? —profiere con enojo.
Katerina mira a Gio con cara de espanto, ya que este luce rojo del coraje y, si no supiera la