Después de dos semanas de reinado, tuvo la oportunidad de recibir a su cuarto consorte, el hijo de un viejo mandatario líder de un territorio externo a la manada, técnicamente un príncipe sin reconocimiento.
Que, al bajar del carruaje, y dejar al descubierto su cabello rojo y ojos ámbar, trajo consigo muchas miras que alertaron al hombre que solo había venido por la reina y su excitante belleza.
No le molestaba ser consorte, mucho menos con la majestuosidad que tendría que probar.
No se dejó guiar por el poder, solo por confirmar rumores que al final terminaron ciento Reales.
No veía el momento de gobernar esa bella criatura.
—Buen día, su majestad —el joven se inclinó extendiendo su mano.
Nysa le entregó la suya, y el joven la besó con cariño.
—Es un honor estar delante de tal magnificencia
Ella sonrió con amabilidad.
—Por favor levántese —una vez cumplida su petición, juntos entraron al palacio —su viaje fue largo por lo que debe estar cansado.
—No mucho.
—Aun así es importante de