Mientras Elena susurraba su promesa secreta a Richard entre las sombras de los árboles, ninguno de los tres notó la figura silenciosa que los observaba desde la distancia. El señor Nicolás, el anciano que nos había abierto el portón al llegar, permanecía inmóvil cerca de la entrada, sus ojos fijos en la escena.
Una vez que Elena se hubo despedido con una sonrisa y Richard y yo nos alejamos por el camino de grava, Nicolás corrió, con pasos rápidos y silenciosos, hacia la mansión, con la urgencia grabada en su rostro.
Llegó hasta donde Laura estaba revisando unos documentos en el salón principal, jadeando ligeramente por el esfuerzo.
—Señora Laura... señora Laura... —alcanzó a decir entrecortadamente.
Laura levantó la vista, frunciendo el ceño ante la agitación del anciano. —¿Qué sucede, Nicolás? ¿Qué ocurre?
—Es... es la señora Elena... y... los jóvenes... estaban hablando... ahí afuera... entre los árboles...
Laura entrecerró los ojos, su expresión endureciéndose. —¿Hablando? ¿Qué est