Samantha
Llegamos a la casa a toda velocidad. La patrulla de policía estacionada frente a la entrada hace que Cristian apriete el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos. El aire está cargado de tensión, y mi pecho se siente pesado por la incertidumbre. ¿Qué demonios pudo haber pasado? Nos bajamos del coche apresurados.
—¿Qué está pasando? —pregunta Cristian mientras se dirige al oficial más cercano, con la voz cargada de preocupación.
Antes de que el oficial pueda responder, aparece Sofía, su madre, con una expresión que mezcla alivio y angustia.
—Hijo, por fin llegaste —dice mientras lo abraza con fuerza, como si quisiera protegerlo de lo que sea que haya ocurrido.
—Madre, ¿qué está pasando? ¿Por qué están aquí los oficiales? —insiste Cristian, mirándola con los ojos llenos de incertidumbre y rabia contenida.
Ella traga saliva y, sin decir nada, lo toma del brazo y lo lleva hacia la casa. Nosotros los seguimos, con el corazón en un puño. No tengo idea de lo que