Cristian.
Al entrar a la veterinaria, comienzo a atender al gatito y a los dos cachorros. Todo es rápido; con el tiempo he aprendido a reconocer los síntomas y a saber qué tienen casi al instante. No es nada grave. Les receto unas vitaminas para estimular su apetito, y eso es todo.
Todo va bien hasta que veo entrar a un hombre con... ¡un cocodrilo! Les juro que no le tengo miedo a ningún animal, pero esto ya es demasiado.
—Amigo, los cocodrilos no están en mi lista. Lo siento, pero puedo recomendarle a un colega del zoológico. Es excelente con esos animales.
El hombre me agradece y se va.
Sin poder contenerme, salgo de la clínica buscando a Sam con la mirada. La veo en el puesto de quesos. Necesito hablar con ella, explicarle lo que pasó con Cristal y ese estúpido beso. Parece que las cosas están a mi favor porque, justo en ese momento, llega Williams.
—Qué bien que llegaste. Cúbreme, necesito hablar con Sam —le digo, empezando a caminar hacia ella.
—Claro, amigo. Para eso estamos —re