Samantha
¿Mi vida?
Maldita sea, ahora no puedo sacarme esa palabra de la mente. ¿Cómo se atreve a llamarme así? ¡Qué idiota! ¿Y por qué demonios me gustó que lo hiciera? No debería.
Me detesto por eso.
Suelto un suspiro, paso una mano por mi cabello y niego, intentando sacudirme esas ideas estúpidas. Pero no hay caso. La palabra mi vida rebota en mi cabeza como una canción pegajosa.
Un ruido me saca de mis pensamientos. Me enderezo, recordando de golpe que estaba intentando averiguar qué pasaba afuera. Cristian, el muy tonto, se atrevió a ordenarme que me fuera a descansar. ¿Y él cree que me voy a quedar tranquila, obediente y curiosamente ciega a lo que ocurre?
¡Jamás!
Con el corazón latiendo con fuerza, camino hacia los establos con pasos decididos, aunque todavía me duele la frente del golpe. La noche está fresca, y el aire huele a pasto y a tierra mojada. Mi respiración se mezcla con el sonido de los grillos y el relincho inquieto de un caballo.
Cuando estoy cerca, lo veo: Cristi