El engaño bajo el agua
El engaño bajo el agua
Por: Miranda Vega
Capítulo 1
—¡Dios mío, alguien saltó al río! —los gritos de la multitud resonaban como un eco distante.

—¡Socorro! ¡Ayuden! ¡Llamen a la policía! —las voces agitadas me hacían sentir como si estuviera en otro mundo.

El agua fría del río me llegaba hasta las rodillas. "¿No me había ahogado ya? ¿Cómo es posible que esté aquí de nuevo? ¿Acaso es una reencarnación? ¡Qué fortuna poder revivir!", las preguntas inundaban mi mente, pero rápidamente acepté mi nueva realidad.

Observé a Sergio flotando hacia el centro del río. Esta vez, mis ojos no reflejaban preocupación sino una fría determinación. "Sergio, esta vez no sacrificaré mi vida para salvarte. Y mi dinero... no te llevarás de el ni un solo centavo."

Solté el palo que sostenía, dejándolo flotar río abajo. Con fingido pánico, grité:

—¡Auxilio! ¡Socorro! ¡No sé nadar! ¿Alguien puede salvar a mi esposo?

Mientras Sergio luchaba en el agua, noté algo revelador: conseguía mantener el pecho por encima del agua en todo momento.

"¡Eso no se parece en nada a alguien ahogándose!", pensé, mientras una sonrisa casi imperceptible se dibujaba maliciosa en mis labios.

En la orilla, mis suegros gritaban pidiendo auxilio, suplicándome que saliera del agua.

Pero había algo extraño en sus voces... sus expresiones permanecían inquietantemente serenas.

En ese momento, la verdad me golpeó como una ola helada: ¡lo sabían todo! En mi vida anterior, había sido tan estúpida.

Sus intentos de "protegerme" no nacían de la preocupación por mi bienestar, sino del temor a que arruinara su elaborado plan de fingir la muerte de Sergio.

Qué amarga ironía era esta: en mi momento final, había muerto con el consuelo de haber salvado a mi esposo. Mientras tanto, él ya planeaba usar mi dinero para escapar al extranjero con su antiguo amor.

Muy pronto, unos valientes transeúntes acudieron al rescate, sacando a Sergio del agua rápidamente.

En el hospital, los médicos lo calificaron de un verdadero milagro: un hombre que supuestamente había intentado suicidarse, ¡y ni siquiera había tragado agua!

Mis suegros, con fingida gratitud, atribuían el "milagro" a la protección de los ángeles, proclamando que su hijo aún no debía partir.

Conteniendo una sonrisa sardónica, adopté una expresión de profunda preocupación:

—Doctor —intervine de inmediato—, mi esposo tiene cáncer terminal de hígado. ¿No deberíamos hacer un chequeo más exhaustivo? Esta caída podría haber agravado su condición.

Mis suegros se pusieron nerviosos al oír esto y trataron de detenerme.

Sus actos confirmaron mis sospechas: el supuesto cáncer era solo otra pieza de su elaborado engaño, ¡también era una excusa para fingir su muerte saltando al río!

"¡Qué estúpida fui!", reflexioné, recordando cómo en mi vida anterior había sellado mi destino al revelarle a Sergio sobre los 14 millones de dólares del premio de lotería.

Apenas habían instalado a Sergio en su habitación cuando de repente apareció una doctora que no pertenecía al equipo de urgencias.

Esta doctora llevaba una mascarilla y se dirigió directo a la cama de Sergio.

Su mirada preocupada, revisando ansiosa la ficha médica, me hizo sospechar.

Incluso se inclinó para tomarle la mano a Sergio.

Esos ojos… yo los había visto antes, cuando estaba en ese estado entre la vida y la muerte.

—Lucina, el médico de urgencias ya dijo que Sergio está fuera de peligro —soltó mi suegra, Bruna Ferreira.

Sus palabras en ese momento confirmaron mis sospechas.

Lucina Castro era la primera novia de Sergio; estuvieron juntos durante seis años antes de separarse.

—¿Bruna, ustedes se conocen bien? —pregunté abruptamente, observando la familiaridad entre mi suegra y la supuesta doctora.

Mi suegra se removió incómoda, evitando mi mirada. Lucina, percatándose apenas de mi presencia, deslizó con delicadeza su mano por el brazo de Sergio, fingiendo tomarle el pulso.

Tuve que contener una carcajada.

—Es algo curioso —comenté en voz baja pero audible—. El otro doctor ya confirmó que está fuera de peligro... ¿por qué revisar de nuevo sus signos vitales?

Mi suegro, intentando mantener la compostura, intervino:

—Lucina es la doctora principal de Sergio. Nos conoce desde hace tiempo.

"Ah, sí... tan bien que ni siquiera la llaman Doctora Castro", pensé con ironía.

Mi suegra, aprovechando la tensión del momento, contraatacó al instante:

—Nunca cuidaste bien de Sergio, nunca te preocupaste por su salud. Por eso tiene cáncer ahora.

Bajé la cabeza con fingida humildad y respondí:

—Tiene razón, Bruna. Por eso he tomado una decisión —hice una pausa deliberada—. Voy a trasladar a Sergio al mejor hospital de la capital. Y si es necesario, programaremos de inmediato un trasplante de hígado.

El color abandonó sus rostros. La habitación se sumió en un silencio sepulcral.

"¿Te gusta fingir que tienes cáncer, querido?", pensé, saboreando su pánico. "Pues veremos qué tan real se vuelve cuando los médicos empiecen a examinar ese hígado 'enfermo' tuyo. Jajaja… Esta vez, el sufrimiento será genuino."

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