Capítulo 4
Cuando Lucina regresó y vio la escena, se quedó boquiabierta. Sin darle tiempo a reaccionar, le dije con rapidez:

—Doctora, mis suegros no se encuentran bien, ¿puede llevarlos a que los revisen? Entre tanto, yo me ocuparé de llevar a mi esposo al crematorio.

Antes de eso, ya le había arrebatado el certificado de defunción de Sergio de las manos de Bruna. Con eso, podía quemar a ese desgraciado mil veces si quería.

Lucina palideció y balbuceó al instante:

—Yo conozco mejor los procedimientos del crematorio, puedo...

Antes de que terminara, la interrumpí en seco:

—Doctora, los trámites en el crematorio solo los puede hacer un familiar directo. Tú no eres nadie para Sergio, ¿o acaso firmaste el certificado de defunción?

Lucina se quedó muda ante mis preguntas, sin saber qué responder. Bajo mi mirada insistente, su nerviosismo se hizo evidente.

“¿Qué derecho tiene una amante a firmar y hacer trámites? ¡Sinvergüenza!”, pensé con enfado.

En ese momento llegó el personal del crematorio. Sin perder un segundo, me subí al auto con ellos.

Sin embargo, cuando pasamos por una lomada, noté que Sergio frunció el ceño.

“¡Mierda! ¿Está a punto de despertarse?”, maldije para mis adentros.

En ese momento, mis suegros comenzaron a llamarme sin parar.

No contesté, pero los mensajes llegaron seguidos:

Bruna: [¡Mabel! Si te atreves a cremar a mi hijo, ¡no te lo perdonaré nunca!]

Mateo: [¡Mabel! Estamos de camino al crematorio, ¡no hagas nada hasta que lleguemos!]

La pantalla llena de signos de exclamación revelaba sus desesperaciones.

¡No podía permitir que ellos arruinaran esta valiosa oportunidad que tanto había esperado!

Golpeé rápidamente el cristal que nos separaba del chofer y le supliqué:

—Señor, mis suegros no aguantaron la muerte de su hijo y están hospitalizados. Necesito terminar los trámites y volver al hospital lo pronto posible.

El conductor se mostró algo comprensivo y pisó el acelerador a fondo.

Mientras contemplaba el rostro de Sergio, me invadió una mezcla de fluctuantes emociones y murmuré:

—En mi vida anterior te entregué mi corazón entero, y me pagaste con traición. No solo jugaste con mis sentimientos, ¡sino que intentaste matarme por dinero! Esta vez no tendré piedad, yo misma te mandaré al infierno.

El trayecto, que normalmente llevaba más de media hora, el conductor lo hizo en solo 20 minutos.

Por suerte, el crematorio también estaba casi vacío.

Completé los trámites respectivos a toda prisa y llevé a Sergio al área de cremación.

Mi celular no paraba de vibrar.

No solo me llamaban mis suegros, también empezó a sonar sin parar un número desconocido. Sin expresión alguna, apagué el teléfono, asegurándome de que ya no pudieran contactarme.

No sé si fue mi imaginación, pero me pareció ver que los dedos de Sergio se movían levemente. Me puse tan nerviosa que empecé a sudar. Estaba tan cerca de conseguir mi venganza; ¡por nada del mundo podía estropearse ahora!

Entonces le rogué a un personal con un tono sincero:

—Señor, mi familia eligió una hora específica para llevar las cenizas a casa. ¿Podría hacer una excepción y acelerar el proceso?

El personal accedió sin dudarlo.

Después de mi súplica emotiva, las otras familias también entendieron la urgencia y permitieron que Sergio se adelantara en la fila.

Empecé a rezar en silencio: "¡Más rápido, por favor, más rápido!"

Cuando el empleado empujaba la camilla con Sergio hacia el horno, de repente comentó extrañado:

—Qué raro, aún está bastante blando, nunca había visto algo así.

“¡Maldita sea! ¿Habrá notado algo raro?”, pensé.

Miré de reojo y vi a varias personas corriendo desesperadas hacia nosotros como alma que lleva el diablo.

Eran mis suegros y Lucina. ¡Qué rápido habían llegado!

Temiendo que todo mi plan se fuera al traste en el último momento, me apresuré a decir:

—Cada cuerpo es diferente. El hospital ya emitió el certificado de defunción y los trámites están en orden, ¡no hay ningún error! ¡No se preocupe por eso!

El empleado aceptó y metió a Sergio adentro.

El sonido de pasos apresurados se acercaba cada vez más.

Justo cuando pulsé el interruptor para iniciar la cremación, escuché el grito desgarrador de Bruna:

—¡Espera!
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