Gisela se quedó helada, sonrojándose, al darse cuenta de por qué Sebastián había fijado su mirada en su estómago.
—Señor Sebastián, no es lo que piensa. Esta mañana desayuné demasiado y no me siento bien —explicó apresuradamente.
Sebastián inclinó la cabeza, observándola detenidamente. Era una imagen muy diferente de aquel día en el bar, con un vestido atado al cuello, borracha y seductora, lanzándose sobre él sin ningún pudor. Hoy, en cambio, llevaba un elegante traje gris, esbelta y atractiva, con un par de tacones finos de color claro, y el cabello recogido con un peinado formal. La mirada de Gisela estaba baja, como si no se atreviera a mirarle directamente.
El bajo vientre del hombre se tensó, pensando en que había aprendido lo sensual que era aquella mujer durante esa noche en la habitación del hotel.
—Ricardo es mi sobrino, ¿no deberías llamarme tío? —resopló Sebastián y se acercó aún más a Gisela—. Igual que lo hiciste aquella vez en el bar, ¿no?
Gisela se quedó congelada. Aqu