—Gracias —dijo Gisela, manteniéndose firme a pesar de los nervios; sus dedos todavía temblaban por el tacto de Sebastián—. Soy Gisela del departamento de traducción, y estaré actuando como su intérprete durante las negociaciones.
—Se lo agradezco, señorita Gisela —dijo él en voz baja.
—De nada, señor —respondió Gisela, forzando una sonrisa.
Por suerte Sebastián no le prestó demasiada atención y rápidamente se fue con el otro representante. Gisela suspiró, aliviada, y, sin perder tiempo, los siguió, indicándoles el camino.
Dado que había muchas personas involucradas en las negociaciones, Gisela había reservado a propósito una gran sala privada, a donde hizo pasar a todos, antes de salir y hablar con el camarero para pedirle que sirviera la comida en veinte minutos. Pero, cuando volvió a la sala y quiso sentarse, se dio cuenta de que la mesa estaba llena.
—Señorita Gisela, por aquí por favor —repuso Javier, cediéndole su asiento—. Eres la intérprete en esta negociación, y yo ahora debo s