—Señor Sebastián, ¿me dijiste que resolviera mis asuntos pronto para poder ir al extranjero contigo a hablar de cooperación?
—Señorita Gisela, ¿cuándo te dije que estaba ayudándote gratis?
¡Los capitalistas eran malos!
Gisela respiró hondo repetidas veces para mantenerse cuerda. Sebastián seguía con esa mirada tranquila y le preguntó a Gisela.
—Señorita Gisela, ¿a qué hotel la manda?
—Por favor, a mi casa —Gisela sonrió débilmente, tenía asuntos más importantes que atender—. Gracias.
—De nada.
Gisela no reveló su dirección al conductor, pero diez minutos después el coche se detuvo frente a la familia Fuentes. Cuando recobró el sentido para preguntar qué pasaba, lo único que veía era el culo de un coche. El viento fresco le sacudía las piernas, y sus ojos se volvieron duros y fríos al mirar la casa iluminada.
—Josefa, ¿por qué sigues despierta? —Al entrar en casa, Gisela se fijó en que Josefa seguía viendo la tele en el salón, y luego se fijó en la ausencia de zapatos de Ricardo en el r