Esa mujer no era una buena actriz, pero tenía que reconocer que era divertida.
—Tío Sebastián... —murmuró Gisela, sintiéndose nerviosa ante la penetrante mirada de él, que parecía evidenciar haber descubierto sus trucos.
Sin embargo, Sebastián la abrazó de repente, y la ingravidez hizo que Gisela se abrazara a su cuello, que era ancho y cálido. Ella, completamente sonrojada, sentía cómo su corazón latía con fuerza.
¿Cómo era tan directo? ¿Acaso no estaba fingiendo ser un caballero hacía un momento?
—¿Te sigue doliendo el pie ahora? —oyó que decía Sebastián con un tono frío.
—Pues... —Gisela tragó saliva, mirando aturdida su apuesto rostro—, no me duele.
Tras oír esto, Sebastián, sin mostrar ni la más mínima emoción, se dirigió a grandes zancadas hacia el coche aparcado frente al bar, rodeado por la multitud.
¿Qué demonios quería hacer ese hombre? Gisela estaba completamente confundida, y no recobró el sentido hasta que la dejó en el coche. Quería decir algo, pero Sebastián se adelantó, ordenándole al conductor:
—Al Hotel SIA.
El Hotel SIA era un hotel internacional de cinco estrellas, por lo que Gisela no pudo evitar sorprenderse.
Una vez llegaron a la suite de lujo de la última planta, Sebastián arrojó a Gisela sobre la cama, y, sin decir nada, se metió en el cuarto de baño.
Después de un rato, Gisela, en la cama, entendió por fin lo que estaba pasando: ¡había seducido a Sebastián exitosamente!
Aquello había sido más fácil de lo que había imaginado. No sabía si había alguna trampa oculta en todo aquello, pero tampoco le importaba. Al pensar en Ricardo, y cómo la había engañado, no pudo evitar que la invadiera una intensa repulsión. Por lo que ahora, con un poco de alcohol encima, en lugar de temer por lo que vendría, lo deseaba. Sebastián era sumamente atractivo, y, además, era el tío de Ricardo, por lo que, si tenía sexo con él, no sería una pérdida para ella. De hecho, le gustaba la idea de vengarse de esa manera.
Pensando en esto, Gisela buscó en su bolso, intentando tomar una pastilla, antes de que Sebastián saliera de la ducha.
Cuando estaba en la universidad, Gisela tenía un novio, pero nunca había imaginado que fuera un bastardo e intentara abusar de ella. Se había defendido con uñas y dientes, y él no había conseguido sus objetivos. Sin embargo, aquella horrible experiencia la había dejado con un trauma que la había vuelto reacia a tener intimidad con algún hombre.
Después de casarse con Ricardo, había intentado superar aquella barrera, pero cada vez que llegaba un momento íntimo no podía evitar sentir asco. Ricardo, sin culparla, optaba por dormir solo en el segundo dormitorio, y Gisela no podía evitar sentirse culpable. Era tan bueno con ella. Por eso, cuando ella se enteró de que en el extranjero vendían una pastilla para evitar estos síntomas, le pidió a una amiga que le comprara una caja. Pensaba en su primer aniversario de boda, ¡pero él la había engañado!
Luego de buscarla por un buen rato, Gisela no encontró la caja de pastillas. Fue entonces cuando recordó que había cambiado de bolso al salir de casa; en el mismo momento en el que Sebastián salía del baño.
Gisela lo miró fijamente, tragando saliva y pensando que realmente era un hombre perfecto.
Sebastián, por su parte, después de haber visto muchas mujeres así, mostró una expresión burlona, mientras se secaba el cabello con una toalla, mirándola con condescendencia, sin poder evitar ver su rostro enrojecido.
—¿Estás satisfecha con lo que has visto?
—Sí… —tartamudeó ella en repuesta.
Gisela estaba mareada por el aroma masculino que la envolvía, tras lo cual, confusa por aquel momento, se apresuró a levantarse.—Bueno, quiero salir a comprar algo —dijo, intentando escapar. Lo último quería era vomitar encima de Sebastián.