La música envolvía cada rincón del club con su ritmo hipnótico, vibrante y sensual. Las luces parpadeaban en tonos neón, reflejándose en la piel sudorosa de los cuerpos en movimiento. Ekaterina giró sobre sus tacones, dejando que su vestido negro, corto y ajustado, se pegara a su figura con cada giro. —Así se hace, nena —le susurró Chad al oído, sosteniéndola por la cintura con la familiaridad de alguien que conocía el juego. Su tono cómplice la hizo sonreír. Había conocido a Chad a través de Candy, y desde el primer momento, supo que él era el aliado perfecto. Exagerado, encantador y con un toque de dramatismo, se había prestado sin dudarlo a su plan de darle celos a Norman. Y lo estaba logrando. Ekaterina no necesitaba voltear para saber que Norman estaba allí, observándola. Lo sentía en la piel, en el cosquilleo que recorría su espalda, en la electricidad que erizaba su nuca. Su mirada era un fuego invisible que la quemaba a la distancia. Con una sonrisa traviesa, se inclinó un poc