Aún retumbaba en mi mente la vibración constante de la música, esa mezcla incesante de bajos y luces que se fundían en un torbellino casi hipnótico en el club. Aquella noche, el ambiente estaba cargado de un magnetismo crudo, y me sentía atrapado en una maraña de emociones contradictorias. Ekaterina, con su mirada penetrante y su aura inigualable, había logrado escabullirse entre la multitud como un fantasma, y yo, en mi intento desesperado por aferrarme a mi cordura, o lo poco que había quedado de ella, me encontraba ahora en una búsqueda casi obsesiva en medio de ese caos de personas. En un primer momento, solo había querido un trago, como una forma de disipar la tensión del momento. Pero, luego la necesidad de encontrarla se volvió imperiosa. Sabía que no podía dejarla allí, sola entre tipos alzados y miradas lascivas, y con cada instante que pasaba, mi ansiedad se hacía más palpable. Así que empecé a recorrer el club con pasos torpes, como si cada rincón pudiera revelarme alguna p