Mundo ficciónIniciar sesiónSi dicen que esa noche el alfa Rod corrió hacia el edificio médico de Moon Valley como si fuera perseguido por los perros del infierno. Es verdad. Él lo hizo.
—¿Dónde está? Rod empujó las puertas con fuerza, mirando a todos lados con la respiración agitada. Sus ojos estaban peligrosamente brillantes y eso solo podía significar una cosa: el animal estaba luchando en la superficie. A lo lejos, una mujer alzó la vista, vestía una bata blanca y su rostro era enmarcado por un par de gafas redondas. Ella se acercó al alfa. —Imara Selwyn permanece en cuidados intensivos —dijo la doctora, mirándolo con sus ojos oscuros y abultadas mejillas—. Está en muy mal estado, alfa. Apenas pudimos estabilizarla. Invitando a Rod a seguirla, recorrieron los pasillos hasta llegar al segundo piso de la edificación. Todo era blanco, con ese aroma a desinfectante y muerte que tanto odiaba. Los hospitales nunca serían su lugar favorito. Pero Rod debía estar ahí, porque su mate estaba herida, y si no la veía pronto se volvería loco. Rod sabía que no faltaba mucho para perder los estribos. Después de oler la sangre apenas había mantenido la cordura, corriendo como loco hasta el hospital. Con la sangre bombeando furiosa en sus oidos y el lobo susurrando, Rod apenas había logrado mantenerse en pie. —Encontramos síntomas de deshidratación severa y un comienzo de anemia. También agotamiento mágico. Rod se detuvo frente al cristal que permitía ver dentro de la habitación aislada, acercándose lentamente como si de otra forma Imara pudiera desaparecer. Ahí estaba ella. En la cama, silenciosa y tranquila, con aguja en sus brazos y apenas respirando. —Tuvismos que entubar —agregó la doctora—. El combustible de todo mago es su magia. Al agotar las reservas, su cuerpo encuentra difíciles las tareas más básicas. —Estaba bien cuando se fue —susurró Rod con la garganta apretada. El miró a la doctora—. Solo fue una semana. —Lo siento mucho, alfa. Rod negó. —Ella va a estar bien, ¿verdad? —negó con fuerza—. No, ella tiene que... Ella no... —No morirá —aseguró—. Pero no sabemos cuándo va despertar. Por ahora solo queda confiar en su magia. Rod asintió, respirando hondo y apoyando las manos contra el cristal. —Ella es fuerte —una sonrisa apenas visible tiró de sus labios—. ¿Viste como azotó el culo de Mika? Ella podrá hacerlo. —Sí... —Pero la voz de la mujer cayó y eso disparó todas las alertas en Rod—. Hay algo más que debo decirle. Venga conmigo, por favor... —Rod no lo hizo—. Es importante. «Algo está mal,» dijo Koa. Y Rod asintió mentalmente. Él miró a Imara una vez más, llamando mentalmente a cualquier miembro de la manda disponible en el edificio. Minutos después apareció una centinela. —Quedate aquí —pidió—. Vigila que todo esté bien. La mujer asintió con porte solemne. ლ⋋✧✧⋋ლ La oficina de la doctora Elizabeth Shine era sencilla. Libros, diplomas enmarcados y paredes blancas. Rod sintió que podría destrozar algo, estaba nervioso y no entendía del todo porqué; como un mal presentimiento silencioso que lo estaba volviendo loco Su mente bailaba entre Imara y todas las posibilidades. Las dudas que asaltaban su mente sobre el origen de su estado estado actual y qué hacer al respecto. Pero para eso tenía que esperar a que su mujer despertara. Después podía salir a buscar a quien dañó a su mate de todas formas. La puerta se abrió una vez más, y la cambiaforma conejo y jefa médica volvió. Ella entró a la oficina con un bulto entre sus brazos. Era un niño, Rod podía oler el aroma a cachorro, a leche y suavidad proveniente de él. Era todo piel oscura y cachetes. «Rod... El cachorro...» Rod frunció el ceño y tomó una respiración profunda, llevando el aroma a sus pulmones y con eso encontrando algo más. El corazón deñ hombre se detuvo por un instante, encogido y tambaleante. «Huele a ella,» susurró el lobo. Y Rod apenas respiró porque Koa tenía razón, el cachorro olía a Imara. A galletas y chocolate en invierno. —No... —susurró levantándose de la silla. Él retrocedió—. Ella... —Apareció en la entrada del pueblo con el niño en brazos —dijo la doctora—. Tenemos sospechas de parentesco, pero aún no hemos hecho las pruebas. Ya que es su mate, si usted quiere. Tiene un cachorro. Oh, por la luna. Su mate tenía un cachorro. No había dudas, no podías engañar la nariz de un lobo. No de un alfa nacido al menos. Y eso fue como un balde de agua fría cayendo de todos lados en Rod. Él se pasó la mano por el cabello y negó. «Es suyo. No hay duda,» gruñó el lobo. «Significa que tiene pareja,» susurró. «Ella es mía, maldición» Koa movió la cabeza. «No hay otro olor. El cachorro huele a ella. Solo a ella.» —Alfa... Rod levantó la manos y respiró profundo. —No es necesario. No tiene que hacerlo. Rod miró al pequeño en silencio. «¿Así que era esto lo que querías proteger?» «Tenemos que hablar con ella.» agregó Koa, pero Rod estaba apenas digiriendo la información. «Tiene un cachorro de otro» El lobo golpeó en el vacío y le enseñó la fauces. «No hagas decisiones estúpidas Rod» «No eso, yo...» —Alfa quizás... —Cuida de él —ordenó con voz firme. Rod necesitaba salir de ahí—Saldré un rato, cualquier cosa me avisas. Él llegó a la puerta y miró a la doctora una vez más. —No le digas de esto a nadie. Ni siquiera a Brad. Elizabeth asintió. —Así será. Así que el alfa salió de allí, pasando frente a la habitación de Imara y mirando a través del espejo una vez más. ¿Le había mentido? Pero ella no podía. Rod había olfateado el destino en ella. Ella le pertenecía. Él había aceptado su entrega. Imara juró pertencerle. «Debemos esperar.» Rod asintió mentalmente a Koa. Asistiendo a la centinela, Rod tomó el pasillo, bajó las escaleras y salió del hospital. Él necesitaba pensar un poco. «No vamos a dejarla. Si vino a nosotros es porque aquí quiere estar,» Koa estaba siendo serio al respecto. Rod miró al cielo: «¿Y el cachorro?» «Es de ella, y ella es nuestra. No seas estúpido humano» Pero para Rod no era tan simple. Él necesitaba respuesta y la única persona capaz de dárselas no podía. Así que el hombre corrió hacia el bosque y liberó a la bestia. Por ahora, solo quedaba esperar.






