Un café entre palabras y silencios
Alondra terminó de ayudar a una de las vacas a parir, asegurándose de que la cría estuviera sana y estable. Luego pasó horas alimentando al resto del ganado, revisando que todo estuviera en orden, hasta que el cansancio comenzó a pesarle en los hombros y en los pies. Sus manos olían a heno y tierra, su camisa estaba húmeda de sudor, y sus botas cubiertas de polvo. Decidió que ya era suficiente por ese día.
Después de un baño rápido, se cambió con ropa limpia y recogió los regalos que había traído. Caminó hacia la casa de Lía; no era mucha distancia, así que no necesitó montar a caballo ni usar la camioneta. El aire fresco de la tarde la acariciaba, y el sol comenzaba a descender, tiñendo de dorado los campos. Cada paso le daba tiempo de pensar, aunque su mente estaba inquieta por lo que iba a encontrar.
Al llegar, vio a Lía sentada en la terraza. La joven llevaba un vestido de lunares amarillos sobre fondo blanco, que le daba un aire alegre y delic