Capitulo 38

La mañana llegó con un aire más sereno. El sol apenas se filtraba por las ventanas de la hacienda La Esperanza, tiñendo las paredes con destellos dorados. Después de tantas noches agitadas, el silencio parecía un regalo. Alondra, que no había dormido mucho, buscó distraerse en lo que mejor sabía hacer: cuidar a los demás.

Se dirigió a la cocina, encendió el fogón y comenzó a preparar un dulce espeso con miel y pan relleno con queso fresco. El olor pronto se expandió por toda la casa, envolviendo cada rincón con un aroma cálido y hogareño.

Don Emiliano, que escuchaba desde el corredor, frunció el ceño.

—¿Alondra está en la cocina? —murmuró, sorprendido—. Esa muchacha… después de todo lo que carga en el corazón, aún se preocupa por dar de comer.

Carlos, en cambio, había pasado la noche sin pegar un ojo. Se revolvía en su cama, con la mente atormentada. No encontraba el modo de acercarse a Alondra. Había tantas palabras atrapadas en su garganta, pero ninguna parecía suficiente.

Cuando to
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