Mundo de ficçãoIniciar sessãoCapítulo 4
Con la mirada de Darian fija en mi rostro, intenté entretenerme revisando la habitación, porque su escrutinio me ponía demasiado nerviosa. Sus ojos, ahora de nuevo fríos e ilegibles, eran un abismo de preguntas sin respuesta. Me di cuenta de que su habitación estaba, de hecho, destruida. Los muebles pesados habían sido movidos, la pared presentaba abolladuras profundas y el aire aún olía a la furia de la noche anterior. En ese momento, recordé la escena que presencié en el baño. Sentí un miedo palpable. No podía intentar jugar con Darian; la soberbia podía traerme grandes consecuencias. Miré su mano. Pude comprobar que estaba lastimada: sus nudillos estaban envueltos en un pedazo de tela, una rústica venda improvisada. Él seguía impasible, como si la herida fuera una molestia menor, o como si no comprendiera la seriedad del trato que yo le había propuesto. —Si no estás de acuerdo, también lo comprendo —le dije, y me dispuse a salir de su habitación, aceptando mi derrota por ahora. Entonces, el tono profundo y autoritario de su voz me detuvo en el umbral, una orden que heló mi sangre. —Comprende de una vez que no estás en posición de hacer ningún trato conmigo. Eres mía. Desde el momento en el que tu familia te entregó a mí, no tienes ninguna oportunidad de salir con vida de esta casa si yo no lo permito. La forma en la que me habló, con la certeza absoluta de su propiedad, hizo que me paralizara. Todo mi cuerpo se puso en alerta máxima. Sentí que se acercaba. Pegó su cuerpo a mi espalda aún mojada por la ducha, sintiendo el contraste de su calidez y mi frialdad. Su respiración se acercó a mi cuello y aspiró mi olor con ese gesto que ya se estaba haciendo habitual: una necesidad química, un reconocimiento animal. —Sin embargo, si prometes que vas a portarte bien, puedo hacer algunas cosas por ti —me ofreció después de la aclaración, como dando un premio después de un castigo, mezclando el amo con el guardián. —¿Qué es portarme bien? —le pregunté, para que me aclarara a lo que se refería. Él me tomó de la cintura y me volteó. Acercó su rostro al mío y, con decisión, tomó mis labios en un beso hambriento y demandante. Intenté resistirme. Mi mente gritaba que era una violación, pero su fuerza me dejó paralizada, clavada al suelo. Entonces, sin pensarlo, mi instinto de defensa me hizo actuar: mordí su labio inferior con fuerza, probando la sangre. Darian se separó de golpe, un gruñido bajo escapándose de su garganta. Llevó una mano a su labio y tocó el lugar que ahora sangraba. Intenté salir corriendo de la habitación, pero él tomó mi mano y, de forma fiera, me pegó contra la pared. Fue tan brusco que, de no ser porque puso su mano tras de mi cabeza, amortiguando el golpe, de seguro ahora estaría sangrando. Me miró directamente a los ojos, la furia contenida de una bestia. —Incluso crees que puedes enfrentarte a mí. Eres graciosa —se burló, con una risa sin alegría—. Si quisiera hacerte mía en este momento, ni tú ni nadie podría impedírmelo. Soy tu dueño, Elena. —¿Vas a hacer algo como eso contra mi voluntad? —le pregunté, volteando la cara para evitar respirar su mismo aire. No era por asco, sino porque me estaba poniendo peligrosamente nerviosa, al borde de ceder al miedo o a algo más. Él me soltó y se alejó un paso. La tensión en la habitación no disminuyó. —No. Pero si quieres algo de mí, ya sea rescatar a tu abuela o acabar con los Hase, piénsalo bien. Necesito tener un buen motivo para ello. De lo contrario, no tengo deseos de perder mi tiempo. Darian señaló la puerta, invitándome a salir. Me dirigí a mi habitación y me sorprendió ver que sobre la cama había muchas bolsas de compra. Me acerqué a revisar y era ropa: no la ropa sencilla que solía usar en la casa Hase, sino marcas de diseñador y también joyería que jamás pensé poder tocar en mi vida. El lujo de mi jaula. La actitud de Darian hacia mí era completamente ambigua. Por un lado, me oprimía y me retenía contra mi voluntad; por el otro, me complacía e intentaba que me quedara a su lado de forma voluntaria. No era tan tonta como para no conocer la relación entre hombres y mujeres, o al menos sabía que si conseguía mantenerlo tranquilo, lograría estar con vida el tiempo suficiente para encontrar la forma de irme. E incluso, podría conseguir algunas otras cosas. El trato que le propuse antes era más beneficioso para mí que para él. Necesitaba un mejor plan para convencerlo. Cambié mi ropa, sintiendo el tejido nuevo y caro. Me asomé a la puerta para asegurarme de que no había nadie fuera y busqué mi teléfono de prepago. Después de un par de timbres, mi amigo Aaron respondió. —Dime que averiguaste algo —le dije en un tono de desesperación absoluta, mi voz apenas un susurro. —Lo siento, Elena. No hay ni rastros de tu abuela. Los Hase se aseguraron de no dejar ningún cabo suelto. Ni siquiera he podido rastrear el auto que se la llevó del sanatorio —Todas mis esperanzas se rompieron en ese momento. Me volteé para dejarme caer en la cama porque mis fuerzas desaparecieron por completo. Y entonces lo vi allí. Darian estaba de pie en la puerta que unía nuestras habitaciones. Me miraba de forma fría. Estaba con los brazos cruzados, apoyado en el marco, y no movía ni un músculo, una sombra oscura en la luz de la tarde. Mi piel se erizó por completo. Los ojos de Darian comenzaron a oscurecerse de furia. Di un paso atrás y choqué con la cama antes de caer sentada. El teléfono cayó al suelo y la voz de mi amigo siguió diciendo mi nombre por el auricular, atrapado en el silencio mortal. Darian caminó en mi dirección con pasos lentos y medidos, un depredador que acorrala. Sus puños se apretaron con fuerza y su respiración se hizo entrecortada, tensa. Pisó el teléfono de prepago, que crujió y se destrozó bajo su pie. Luego se quedó parado frente a mí. Levantó su mano y la llevó a mi cuello. Cerré los ojos, aterrada, esperando el castigo. —Creí que había sido muy claro contigo. Pensé que estabas dispuesta a llegar a un acuerdo —Su voz era baja y peligrosa—. Pero vengo y estás hablando con otro hombre. Creo que quieres morir. El agarre de Darian sobre mi cuello fue cada vez más fuerte. Casi no podía respirar. Llevé mis manos a las suyas para intentar zafarme, pero él no se movía. Acercó su boca y me besó. De inmediato, aflojó su agarre. Mi respiración se tranquilizó en un jadeo desesperado. Pensé en intentar alejarme, pero me quedé quieta. Su beso era posesivo, demandante, pero sin la agresividad inicial. Era placentero y, sin lugar a dudas, era mucho mejor que tener su mano en mi cuello. Darian interpretó mi tranquilidad como consentimiento, como una rendición. Empujó mi espalda sobre la cama y puso su cuerpo sobre el mío, inmovilizándome. Lo seguí besando hasta que noté que su cuerpo se relajó, la tensión de la furia drenada por la química de mi contacto. Luego, me moví de forma hábil, aprovechando su relativa calma, y salí de su agarre, levantándome a toda prisa de la cama. La bestia se había calmado. Yo había ganado un momento más de vida y una nueva herramienta de manipulación.






