3 La calma en el caos

Capítulo 3

A la mañana siguiente, el temor a salir de la habitación era una pared física. Mi corazón latía con el recuerdo del frenesí de Darian contra la pared y la punzada de la marca en mi cuello. Antes de pasar por la puerta de mi jaula, asomé la cabeza con cautela. El pasillo estaba en penumbra y el silencio de la mansión era opresivo. Descalza y aún con la bata de baño de rizo de algodón, salí con pasos cortos y ligeros para que Darian no me sintiera, consciente de la proximidad de su alcoba. Bajé las escaleras a toda prisa, casi volando sobre los escalones, y entré en la cocina. La estancia, inmensa y profesional, estaba desierta. Aproveché el momento de soledad para prepararme algo de comer, sintiendo una punzada de normalidad en medio del absurdo.

—Me preocupaba que mi hermano hubiese raptado a alguien, sin embargo, te veo bastante animada. Supongo que disfrutaste la primera noche en la casa.

La voz de un hombre me sobresaltó, sobre todo porque sabía que no era la voz profunda de Darian. Di un salto, volteándome de golpe con la espumadera que tenía en la mano, un arma ridícula, lista para defenderme. El hombre sonrió ante mi reacción.

En las facciones de este hombre podía ver claramente cosas muy parecidas a las de Darian: la misma estructura ósea fuerte, la misma arrogancia en la postura. Sin dudas, como él mismo dijo, eran hermanos. Sin embargo, este hombre, aunque bien parecido, no era ni la mitad de lo imponente y aterradoramente atractivo que era Darian. Sus ojos eran del mismo color ámbar que los de los invitados de la boda, un color excesivamente brillante y despiadado, pero de alguna forma que no lograba comprender, a pesar de estar hablando de forma mucho más cordial, hacía que todo mi cuerpo se pusiera tenso de una manera diferente, más reptiliana.

—Lo siento si te asusté —me dijo, y dio un paso lento en mi dirección, invadiendo mi espacio con una sonrisa calculada.

—¿Quién eres? —le pregunté, retrocediendo y aferrándome a la espumadera, sintiéndome estúpida.

—Yo soy Kael, el segundo hijo de la familia Blackwood. Un placer, cuñada.

No recordaba que la familia Blackwood tuviera ningún otro hijo que no fuera Darian, el heredero. Pero tampoco parecía estar mintiendo. Supuse que era el hijo ilegítimo del anciano Blackwood. Para nadie era un secreto que ese hombre había dejado una estela de hijos fuera del matrimonio. Pero si este se presentaba como hijo legítimo de la familia, debía de tener algún tipo de respaldo y ambición.

Los pasos de Darian, pesados y rápidos, se escucharon acercándose por el pasillo de servicio. Kael se acercó más a mí, su sonrisa se amplió, transformándose en una mueca de provocación pura. Cuando Darian entró en la cocina, Kael lo miró. Darian, sin mediar palabra, lo miró con un odio tan puro que parecía querer asesinarlo en el acto. Kael, sin embargo, no se inmutó. De forma deliberada, vino en mi dirección y me tomó la mano con una familiaridad irritante, quitándome la espumadera y revolviendo la comida que aún estaba en el fuego con un gesto de dueño.

—Hermano, vine porque estoy preocupado por ti —dijo Kael, su voz teñida de un sarcasmo dulce—. ¿Cómo está tu salud mental? He escuchado rumores...

Kael preguntó sin mirar a Darian, aparentemente concentrado en lo que hacía con la olla, pero su tono seductor y meloso era puramente para mi beneficio. No sabía si creía que yo era idiota y había venido aquí sin saber los problemas de Darian, o si es que no tenía idea de mi verdadera situación como rehén.

—Kael... lárgate de mi casa —advirtió Darian, su voz contenida hasta el punto de la vibración, mirándome fijamente.

—Solo me preocupa que la cuñada no pueda lidiar con tu enfermedad —respondió Kael, y con una lentitud exasperante, su mano cayó sobre mi espalda en un gesto aparentemente tranquilo.

Sin embargo, la forma en la que miró a Darian era completamente una provocación. Los ojos de Darian se alimbraron. El color ámbar de sus irises se oscureció hasta volverse casi negro, una transformación aterradora. Antes de que alguno de ellos pudiera reaccionar con palabras, Darian golpeó la mesa de la cocina con un puñetazo furioso, haciendo que el mueble se partiera a la mitad con un crujido ensordecedor. Las astillas volaron. Luego, apretó los puños, respiró profundo, conteniendo una explosión mayor, y me miró con una expresión de dolor y rabia controlada. Salió con paso apresurado de la cocina, la lucha interna visible en cada músculo tenso de su espalda.

—Espero que esto no te haya asustado —dijo Kael, con un tono burlón, ignorando la destrucción a su alrededor—. Es solo un pequeño avance de lo que puede hacer el destacado heredero Blackwood. Lo único que heredó de mi padre no fue solo su dinero.

—¿Por qué me dices estas cosas? —le pregunté, la voz baja y llena de desconfianza. Apenas nos conocíamos y no debería hablar de su hermano conmigo tan a la ligera.

Kael se acercó, la mirada astuta. —Quiero ayudarte, y que me ayudes. Necesito alguien que pueda calmarlo y, más importante, quitar el collar que tiene en su cuello. Es la única forma en la que vas a vivir. Él es un monstruo. Puede que ahora te trate bien, pero cuando pierda el control, ni siquiera tú vas a poder detenerlo.

La forma en la que Darian me miró al salir de la cocina, la lucha evidente para no atacarnos a Kael o a mí, me hizo dudar profundamente de las palabras de este hombre. O, al menos, me dejó saber que no podía confiar en la generosidad de Kael de ninguna forma. Si quería sobrevivir, era mejor hacerlo por mi cuenta. Sin responder a sus palabras, y dejando a Kael con una media sonrisa triunfante, me apresuré a seguir a Darian.

Lo alcancé justo cuando subía las escaleras. Estaba caminando con dificultad, cada paso era una batalla hacia su habitación. La respiración de Darian era agitada, sus pasos erráticos. Tal parecía que luchaba contra algo que yo no podía ver, una bestia que intentaba liberarse de su cuerpo.

—¿Necesitas ayuda? —le pregunté, acercándome con cautela. Puse una mano con suavidad en su espalda. No sé si fueron ideas mías, pero sentí que su respiración se calmaba al contacto, volviéndose un poco más regular.

—¿Ahora me vas a decir que te preocupas por mí? —me preguntó de forma sarcástica, sin detenerse, y se alejó de mi toque, sin esperar una respuesta.

Lo seguí, dejando que se apoyara en mi hombro para caminar. Su cuerpo era puro músculo tenso bajo la bata de seda.

—Eres mi esposo. A lo mejor no fue lo que elegí, pero así es como sucedió —respondí con una sinceridad estratégica—. Además... es obvio que estás mal ahora mismo. No soy tan mala persona.

Mis palabras parecieron haberlo sorprendido de verdad. Se detuvo en seco y se me quedó viendo, como si nunca antes me hubiese visto. Sus ojos cambiaron, su mirada se suavizó, perdiendo ese borde predatorio. Se acercó y me olió, volviendo a ese gesto primario e intenso. Luego, de repente, volvió a molestarse y me hizo alejarme de él, empujándome suavemente.

—Tu aroma puede calmarme —dijo con la voz tensa—, pero ahora mismo hueles a él.

Sin mediar más palabras, me tomó en brazos con una fuerza abrumadora. Entró en su habitación y siguió directamente hasta el cuarto de baño que compartíamos. Abrió la llave de la ducha, la dejó correr hasta que el agua estuvo caliente, y nos metió bajo el chorro, sin quitarme la bata.

Darian me estaba mirando, sus ojos fijos en mi rostro. No intentó nada; no me estaba quitando la ropa ni mirando mi cuerpo con lujuria. Solo estaba allí de pie, bajo el agua caliente que caía sobre nosotros, esperando.

—Elena —dijo mi nombre de forma suplicante, una sílaba que apenas sonaba a su voz habitual—. Tu olor es lo único que consigue mantenerme cuerdo. He intentado muchas cosas, sin embargo, eres lo único que me regresa a mi estado natural. La única cosa que lo detiene.

La forma en la que habló, tan vulnerable y desesperada, me paralizó más que cuando me gritaba o me amenazaba. Esto me daba aún más miedo, porque no sabía qué esperar de un monstruo que pedía auxilio.

—Quédate a mi lado. No dejes que me consuma.

Su petición fue tan real, tan cargada de dolor, que cuando se acercó y me abrazó bajo el chorro de agua, no fui capaz de moverme. El agua corría entre nuestros cuerpos, caliente y purificadora, y en el silencio abrazador, lo único que fui capaz de escuchar fue mi propio corazón latiendo de forma desenfrenada. Antes de siquiera darme cuenta de mis acciones, subí los brazos y lo rodeé con ellos, aferrándome a su espalda musculosa. No sabía qué demonios estaba haciendo en este momento, pero aunque le temía, de verdad que no quería soltarlo.

—Darian —fue la primera vez que dije su nombre en voz alta, un murmullo contra su hombro. Él se apretó más a mi cuerpo de forma posesiva, como si temiera que lo alejara. No creí que alguien tan monstruoso como él tuviese este tipo de comportamiento infantil y necesitado—. Necesitas dejarme ir. Si seguimos bajo el agua, podemos resfriarnos.

Mis palabras parecieron hacerlo regresar a la realidad. Su mirada volvió a ponerse fría y distante. Salió de la regadera y lo seguí a su habitación, quedándome de pie con el agua chorreando de mi bata. Él me miró, abrió su armario, sacó una camiseta de algodón oscura y me la entregó. Se dio la vuelta, un gesto de pudor o respeto inesperado, y esperó a que cambiara mi ropa mojada.

—Puedo quedarme contigo —le dije una vez terminé de cambiarme. La camiseta era grande y olía débilmente a bosque y almizcle—. Te prometo que no voy a intentar huir. Solo dime cómo puedo sobrevivir a ti y prométeme que vas a mantener a mi abuela a salvo.

Me miró largamente, la frialdad de su rostro cediendo a una lenta aceptación. Creí que ese era un buen trato. De cualquier forma, ya estaba aquí. Ahora era parte de esta casa, una pieza clave. Y Darian tenía el poder suficiente como para enfrentarse a los Hase y a Kael. Si no podía huir de él, entonces me mantendría con vida y lo utilizaría para recuperar a mi abuela y también para tomar venganza por todas las cosas que he tenido que pasar en esa casa de falsas promesas. Si él era un monstruo, yo aprendería a ser su domadora.

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