Capítulo Once.

Roberto Ramírez.

Estar al lado de mi coneja es tocar cielo, es hablar con Dios.

La muy condenada me da en el punto en el que quiero, me deja ser toda una bestia, le agrada lo salvaje y duro que puedo serlo.

La edad no me complica a nada, no hay mal que por mí no venga, ni nada que una pastilla no cure.

La aspirina del placer.

Y soy prueba de ello.

Le doy con dureza por detrás, tomándola del pelo, y dándole nalgadas, gruño por la excitación, la coneja gime con placer y pide más.

Le encanta que le dé con rudeza, entre más duro sea mejor se goza, es la finalidad del buen sexo, es una buena mujer para tener sexo.

No es como Eva, toda encapotada, muy pesada, fría, ni un dedo movía, se ponía toda nerviosa y con unos dramas estúpidos, un infierno viví al lado de ella, no sirvió para nada, sólo me dejó una niña que al crecer me traicionó.

Pero las oportunidades existen, y la coneja es una.

Su visita a mi oficina es una delicia, es un escape de la rutina.

Ricardo entró sin avisar, al vernos s
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