Eliza
Cuando puse un pie en mi apartamento, sentí cómo todo mi cuerpo se desplomaba con el peso del cansancio emocional. Estaba molida. Literalmente. No solo por el largo vuelo, ni por la tensión acumulada en los hombros tras horas de silencio incómodo, sino por lo que dejé atrás.
Después de que Nicholas Callway —mi futuro jefe— me dejara el hotel, tomé mi maleta con las manos temblorosas y me subí al primer avión de regreso. Tal vez debí quedarme. Tal vez hubiera sido menos doloroso enfrentar la verdad a kilómetros de distancia, en un lugar donde su sombra no me persiguiera.
Pero no. El primer golpe me esperaba aquí, en casa, como un puñal disfrazado de tinta y papel. La portada del periódico tirado en la entrada mostraba a Venus sonriendo, radiante, mientras anunciaba su regreso con el magnate de los negocios; Bastián Müller.
Tragué saliva con fuerza.
Podría decir que ver esa imagen rompió mi corazón… pero, ¿cómo se rompe algo que ya está hecho trizas? No sentí un crack, ni un estal