Bastián
Me aparté del informe que llevaba horas intentando revisar y volví a abrir el correo electrónico. Antes de que la bandeja de entrada se cargara, el fondo de pantalla que Eliza había puesto un día en que jugábamos en mi escritorio me golpeó como un puñetazo en el estómago.
Qué oportuno.
A pesar de todo, no lo había cambiado. Y la verdad es que no podría haberlo hecho, aunque lo intentara. En este punto, era prácticamente un masoquista. La había visto incontables veces hoy.
Y cada vez, dolía igual.
Era una foto de una noche cualquiera. Un bar, unas copas, y ella queriendo sacarse una selfie. No pude negarme. Eliza miraba a la cámara con esa expresión que iluminaba todo a su alrededor: ojos verdes brillantes, sonrisa descarada, como si el mundo fuera suyo.
Yo, en cambio, la miraba a ella.
No se me escapó que también sonreía. Que parecía feliz. Que lo era.
Las últimas dos semanas habían sido un infierno. Dejar entrar a Venus había sido el segundo peor error de mi vida.
El primero,