Bastián
Estaba agotado.
El cuerpo me pesaba como si llevara días arrastrándolo por el infierno. Y en cierta forma, así era. No dormía bien desde hacía una semana, desde aquella noche en que todo se arruino, pero esta noche era diferente. Esta noche, además de estar destruido por dentro, también sabía que había cruzado líneas que no debí cruzar.
Dejé que mi cabeza cayera sobre la cama sin resistencia. Las lágrimas rodaban, silenciosas, obstinadas, traicioneras. No quería llorar. No me lo permitía desde hacía mucho tiempo. Pero esta vez… esta vez dolía distinto. Porque no era solo la culpa de haber hecho daño. Esta vez, también me habían herido.
Ella lo hizo.
Cerré los ojos con fuerza, como si eso pudiera apagar lo que sentía. Mi mano tanteó a ciegas la botella en la mesita y la llevé directamente a los labios. Sin copa, sin pausa. El quemar del alcohol descendió por mi garganta como una especie de castigo necesario. Como si mereciera sentir cada gota raspándome por dentro.
La habitació