Eliza
Levantarse y vivir era una mierda. Dolía.
Dolía con cada respiración, con cada minuto en que abría los ojos y recordaba que él no estaba.
Después de mi fallido intento por hablar con el señor Müller, porque me negaba a llamarlo por su nombre; no se lo merecía, había entrado en una espiral de autocompasión y tristeza que bordeaba lo patético. Y lo peor era que lo sabía. Por primera vez en mi vida, me odiaba por rendirme de esta forma.
Pero no tenía voluntad para hacer otra cosa.
No, no iba a morir de amor. No era tan dramática, al menos no oficialmente.
Pero, ¿cómo se supone que una se levanta con una sonrisa y esperanza cuando el hombre que ama la echa de su vida sin una maldita contemplación? ¿Cuando prefiere creerle a una mujer que, él lo sabe, porque no es estúpido, solo está con él por interés y jamás lo amó?
Aplaudo de pie a quien pueda fingir fuerza, pero esa no era yo.
Yo lloraba.
Lloraba y me lamentaba por cada decisión, por mi mal gusto, por mi eterno optimismo romántic