Eliza
Me desperté con la cabeza latiéndome como si mil martillos golpearan mi sien al mismo tiempo. Todo mi cuerpo dolía, como si hubiese sido usado como saco de boxeo. No recordaba haberme sentido tan mal en mucho tiempo.
Miré el reloj; seis treinta de la mañana.
Tenía que estar en la oficina antes de las ocho.
No quería moverme, no tenía fuerzas ni ganas, pero no podía darme el lujo de faltar. No era jefa, era empleada. Una más. Y aunque hasta hacía apenas unas horas dormía con el jefe, eso ya no significaba nada.
El señor Müller.
Tenía más de treinta llamadas perdidas y una catarata de mensajes que no había tenido el valor, ni el ánimo de leer. No sabía si estaba actuando bien o mal, solo sabía que necesitaba alejarme. Siempre supe que él quería volver con esa víbora, pero en el fondo... en el fondo me permití soñar. Me dejé engañar por mis propios sentimientos, por la absurda esperanza de que a él le estuviera pasando lo mismo que a mí.
Qué equivocada estaba.
Ni siquiera tenía rop