Bastián
Eliza había pasado todo el día anterior con fiebre y un fuerte malestar. Terca como siempre, se negó rotundamente a que llamara al médico, pero hoy, por suerte, amaneció un poco mejor, y logré que comiera algo. Parecía una gripe común, pero la había golpeado con fuerza, dejándola agotada. Yo no me separé de su lado ni un segundo, y era la primera vez, creo, en casi diez años, que faltaba dos días seguidos al trabajo.
Pero Eliza lo valía. Ella lo valía todo.
Desde que me disculpé y le confesé lo que realmente siento, sentí que me quitaban un peso enorme de encima. Como si me arrancaran una mochila de cemento de la espalda. Había pasado una noche terrible sin saber de ella, angustiado, sintiéndome el peor de los imbéciles por haberla lastimado. No lo busqué, no lo hice a propósito, lo sé. Pero debí haber sido más firme, más claro, debí haber dejado las cosas en su lugar con Venus desde el principio.
La verdad es que Venus no me interesa. No ahora, no desde hace tiempo. Fingir qu