Capítulo 2: Renacer

Han pasado tres años desde aquel día que cambió mi vida para siempre. Tres años en los que la Kathie que todos conocían dejó de existir para dar paso a alguien nuevo, alguien que aprendió a levantarse de sus propias cenizas con una fuerza que ni yo misma sabía que poseía.

El sol matutino se colaba entre los edificios altos y modernos de la ciudad, iluminando la fachada de cristal del rascacielos donde ahora tenía una cita que podría marcar el inicio definitivo de mi nueva vida. Me detuve un instante frente al ventanal del lobby, y allí me encontré: una mujer transformada, reflejada en un vidrio que devolvía una imagen pulida y segura. Cabello largo, perfectamente ondulado; ojos que brillaban con determinación, y un porte elegante que dejaba atrás la timidez y el miedo que habían marcado mi pasado.

Recordé esos días en la vieja oficina: el olor a café rancio, las miradas despectivas, el peso invisible de no ser suficiente. Pero también recordé la promesa que me hice ese día, frente al espejo roto del baño: que jamás volvería a dejar que nadie definiera quién era o cuánto valía.

La verdad es que nada de esto habría sido posible sin la ayuda del señor Esteban, y el recuerdo de ese primer encuentro inundó mi mente. Después de mi renuncia, las siguientes semanas se pasaron entre correos electrónicos y llamadas no contestadas, mientras enviaba mi hoja de vida a una y otra empresa, sintiendo cómo la esperanza se hacía cada vez más pequeña, pero sin dejar que se extinguiera del todo.

Una tarde, cuando revisaba una respuesta que simplemente decía "No, gracias", mi teléfono sonó con un número desconocido. La voz al otro lado era tranquila, con un tono firme pero amable. Me invitaban a una reunión en una empresa importante, asegurando que habían visto en mi perfil un potencial que pocos podían percibir.

Sin muchas opciones y con el corazón acelerado, acepté. La dirección que me dieron estaba en un edificio imponente del centro, un lugar que emanaba poder y prestigio. Al llegar, la recepcionista me recibió con una sonrisa cordial y me condujo a una sala privada, donde me esperaba un hombre de mediana edad, de semblante serio pero con una calidez que, sin saber por qué, me hizo sentir ligeramente segura.

—Kathie —dijo él con una voz pausada—, he revisado tu currículum y quiero ofrecerte una oportunidad para demostrar lo que vales.

Asentí, tratando de contener el nudo en la garganta.

Mientras hablábamos, él se mantenía atento, como si en cada palabra buscara algo más allá del papel. Para él, aquel encuentro era más que una simple entrevista; era la primera chispa de un destino que había esperado años para encenderse.

Cuando salí de la reunión, una mezcla de emociones me inundaba: sorpresa, cautela, y una renovada esperanza. Sin saberlo, aquel hombre —que guardaba un secreto tan profundo como sus ojos— comenzaba a cambiar el rumbo de mi vida. Y efectivamente fue así. No solo me dio estabilidad económica, sino también la libertad para reinventarme.

Pero más allá del dinero, el verdadero regalo fue su guía. Apareció en mi vida cuando menos lo esperaba. Le tenía tanto aprecio. Era un hombre de mirada profunda, que parecía haber vivido más de una vida, y que no me juzgó cuando le conté mi historia, sino que me escuchó con paciencia y respeto. Él me enseñó a creer en mí misma, a pulir mis habilidades, a terminar mis estudios y a construir un plan sólido para regresar al mundo corporativo, pero esta vez con las armas del conocimiento, la experiencia y, sobre todo, la confianza.

Hoy, mientras caminaba hacia la sala de reuniones, sentía el pulso firme de mi corazón. No de miedo, sino de expectativa. La luz que entraba por los ventanales creaba un juego de sombras y reflejos, como si me recordara que, aunque el pasado siempre está ahí, no tiene por qué definir el presente ni el futuro.

Las puertas automáticas se abrieron frente a mí, y crucé el umbral con paso decidido. En ese instante, pensé en Noah. En cómo no sabía quién era ahora, y en cómo, quizás, el destino me había puesto aquí no solo para demostrarle a él, sino para demostrarme a mí misma que podía brillar con mi propia luz.

Sentada frente a la mesa, revisé los documentos que debía presentar. La reunión sería dura, pero yo estaba lista. No solo era una mujer que había aprendido de sus heridas, sino una guerrera que sabía que el verdadero poder estaba en levantarse y seguir adelante, una y otra vez, sin perder la esperanza.

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