Capítulo 3: Ecos del pasado

La puerta de la sala de reuniones se cerró a mis espaldas con un clic suave, pero en mi pecho retumbó como un trueno. Era un sonido pequeño, sí, pero simbólico: estaba cerrando otra puerta, dejando afuera a la Kathie que una vez tembló frente al rechazo.

El ambiente en la sala de reuniones era denso, cargado de expectativas. Observé los rostros de los directivos sentados alrededor de la inmensa mesa de caoba pulida: Había cuatro personas sentadas alrededor. Reconocí al gerente financiero de la empresa, a una ejecutiva de marketing y a una analista que no quitaba los ojos de su tableta. Pero mi atención se detuvo en el hombre que ocupaba la cabecera: Noah.

Su rostro seguía siendo impecable. Imperturbable. Con esos ojos fríos, calculadores, que parecían haber sido tallados para juzgar. Lo que no había en él era sorpresa. Ni siquiera una chispa de reconocimiento. Para él, yo era solo una ficha más en el juego. Ni más ni menos.

—Señorita Kathie  —dijo, sin siquiera esbozar una sonrisa—. Puede comenzar cuando esté lista.

Me senté, crucé las piernas con elegancia y coloqué los documentos frente a mí. Las manos ya no temblaban. La voz que emergió de mi garganta era firme, clara, como la de una mujer que ya no tiene nada que perder, pero sí mucho que demostrar.

—Gracias. Estoy lista.

Expuse mi propuesta sin titubear. Cada palabra, cada número, cada proyección estaba allí por una razón. Había pasado semanas preparándome, anticipando objeciones, perfeccionando detalles. El plan era sólido, y lo sabían. Lo veía en sus miradas. En cómo intercambiaban notas rápidas, en los murmullos de aprobación que apenas podían contener.

Noah, en cambio, no reaccionaba. Apenas levantó una ceja. Y justo cuando terminé, dejo los papeles a un lado.

—Interesante enfoque —dijo al fin—. Aunque bastante ambicioso.

Su voz, grave y serena, cortó el aire mientras analizaba los datos de la presentación. Por un momento, me perdí en el sonido de su voz, en la familiaridad de sus gestos. Recordé la facilidad con la que solía desestabilizarme, la forma en que su sola presencia me hacía sentir pequeña.

Me obligué a sostenerle la mirada. La última vez que lo hice, sentí que me desarmaba. Hoy no. Hoy, era yo quien sostenía la armadura. No respondí de inmediato. Solo lo observé, con esa misma calma que había aprendido a dominar.

—Las ideas valientes suelen parecer ambiciosas —respondí al fin—. Pero son las que cambian el juego.

Un leve murmullo se escapó de los labios de la ejecutiva a mi derecha, como si no esperara una respuesta tan directa. Noah bajó la mirada, tomó su pluma y escribió algo en su libreta. El silencio pesó unos segundos, y luego asintió.

—Lo evaluaremos. Gracias, señorita Ramírez.

Me incliné ligeramente en señal de cortesía y me levanté. Cuando salí de la sala, el aire volvió a parecer ligero. No porque tuviera garantía de éxito, sino porque ya no sentía que mi valor dependía de la aprobación de nadie.

Al cerrar la puerta detrás de mí, Esteban me observaba con una leve sonrisa. Siempre estaba cuando más lo necesitaba, como si supiera exactamente el momento en que el alma flaqueaba. No me dijo nada, solo asintió con los ojos cargados de orgullo.

—Lo hiciste muy bien—,dijo, caminando a mi lado.

—Como debía. Fui yo misma —respondí.

—No importa el resultado. Lo lograste.

No sabía que para él ese logro tenía un significado aún más profundo, uno que ni siquiera él había comprendido del todo. El destino no solo nos había unido por azar. Por ahora, solo era mi mentor. Y yo, su alumna más agradecida.

—¿Kathie?

—¿Sí?

—Estás lista para lo que viene. No lo dudes ni por un segundo.

Y esta vez, no lo dudé.

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