El brillo de tus cicatrices :Renacer Entre Tus Brazos
El brillo de tus cicatrices :Renacer Entre Tus Brazos
Por: Kim
Capítulo 1: El punto de quiebre

Nunca pensé que un solo día pudiera cambiarlo todo. Pero ahí estaba yo, frente al espejo del diminuto baño de la oficina, con el corazón latiendo tan fuerte que sentía que iba a salirse del pecho. El reflejo que me devolvía parecía, por una vez, más vivo, más auténtico que nunca. Era un espejo roto por las cicatrices, las heridas invisibles que siempre llevaba conmigo… pero que, en ese instante, sentí como si quisieran romperse en mil pedazos.

El aroma a alcohol y a jabón barato llenaba la pequeña habitación. La luz fría de la lámpara de techo resaltaba cada línea, cada sombra de mi rostro. Mi cabello, que días antes había recogido en un moño impaciente, ahora caía en mechones desordenados, rebeldes, como una señal silenciosa de mi lucha interna. Mis ojos, normalmente apagados y cansados, ardían con una mezcla de rabia y desesperanza que no podía controlar.

Seguía oyendo las risas y los susurros crueles en la sala de juntas. La presentación que había preparado con tantas noches sin dormir, con la esperanza de destacar, terminaría siendo un simple blanco de burla. Esa escena se repetía en mi cabeza: la mirada de Noah, fría y desapegada, como un juez esperando emitir su sentencia. Era la misma mirada que había recibido toda mi vida. La frase implícita en cada gesto, en cada comentario: "No eres suficiente". Esa sentencia quedó grabada en mis recuerdos.

Pero dentro de mí, algo cambió. Como un espejo que finalmente cede bajo la presión, el cristal de mi resignación se hizo añicos. La impotencia que sentía desde siempre comenzó a fundirse en una chispa de claridad, en un fuego que crecía lentamente, pero con firmeza. Mis ojos, que antes estaban llenos de lágrimas contenidas, ahora reflejaban una determinación feroz. La rabia, el dolor, la humillación… todo se convirtió en una sola cosa: un impulso.

Con las manos temblorosas, me levanté. Suspiré profundo, como si quisiera respirar por primera vez en mucho tiempo. Mis dedos aún temblaban, pero mi mente estaba más clara que nunca. La imagen que tenía en mi cabeza era simple y poderosa: No más, me dije a mí misma.

Avancé lentamente hacia mi cubículo. El tun-tun de mi corazón martillando en el pecho parecía tener un ritmo propio, sincronizado con la decisión que había tomado.

En mi escritorio, y bajo las miradas curiosas de todos, redacté la carta de renuncia. La tomé con manos firmes y la observé por un instante, sintiendo bajo mis dedos la textura áspera del papel, como si cada fibra absorbiera la carga de todo lo que estaba dejando atrás.

Luego me acerqué al escritorio de Noah, impecable como siempre, cubierto de papeles perfectamente ordenados. Con un movimiento decidido, dejé allí la carta. Lo hice con cuidado, casi con reverencia, como si ese acto —silencioso pero lleno de peso— fuera una especie de ritual sagrado. La deposité suavemente, y en ese gesto sentí algo romperse… y liberarse dentro de mí.

No esperé respuesta. No hacía falta. Sabía perfectamente que el negocio no se cerró, que todo se había derrumbado… y que, para ellos, la culpa sería mía.

Pero en el fondo, yo conocía la verdad: no era mi culpa. Todo había sido un sabotaje. Alguien me tendió una trampa, y yo caí sin siquiera sospecharlo. Lo más doloroso no fue la traición en sí, sino lo que vino después. Me expuse. Me puse en ridículo frente a todos. Abrí mi corazón, mostré mis sentimientos más íntimos… y todo quedó registrado en ese maldito video.

Yo misma cavé mi tumba. Y aún así, no tenía justificación. En ese mundo, la debilidad se paga caro.

Antes de salir, tomé un último respiro y cerré los ojos un instante. La piel, el aire, el silencio… toda esa calma momentánea contrastaba con la tormenta interior que había estado soportando. Cuando los abrí, una chispa de esperanza reinaba en mi mirada: una promesa de renacer.

Salí del baño y crucé la sala con paso firme. La luz del atardecer entraba por la ventana, bañando todo con un brillo dorado. El sol parecía más brillante que nunca, como recordándome que incluso en las sombras más oscuras, siempre hay un resplandor de esperanza.

Y en ese momento, el corazón me latía con fuerza, con la convicción de que ese acto de rebeldía sería solo el primer paso de un camino.

Con la cabeza en alto, salí de la oficina, dejando atrás mi antigua sombra. La calle me recibió con el aire fresco de la tarde, y sentí cómo ese aire, cargado de promesas, comenzaba a llenar mis pulmones. Ya no era miedo. Era una expectación salvaje.

La Kathie que el mundo conocía había desaparecido.

Era hora de renacer.

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