El aire de la calle golpeó a Kathie con la fría realidad de la noche, pero dentro de ella, la piel aún ardía con el eco del beso de Noah. Había sido impetuoso, una explosión de todo lo que habían estado reprimiendo, y ahora, el pulso de ese instante resonaba en cada fibra de su ser. Llegó a su apartamento con la mente enredada en el vértigo de lo sucedido, sintiendo que había cruzado un umbral del que no había vuelta atrás. La cautela que la había definido durante tres años se tambaleaba sobre cimientos recién agrietados.
La mañana siguiente en la oficina fue un ejercicio de contención, un ballet silencioso entre Kathie y Noah. Sus miradas se encontraban y se apartaban con una rapidez que solo ellos podían percibir. Cada indicación de Noah era profesional, pero en su voz, Kathie escuchaba la resonancia del "no puedo dejar de pensar en ti". La oficina, antes un campo minado por su pasado, ahora era una caja de resonancia para una tensión mucho más embriagadora.
Justo antes del mediodía