Hablaron largo. Rieron incluso.
Esteban tenía ese don de hacerla sentir vista, comprendida. La cena fue un respiro que Kathie no sabía que necesitaba, un paréntesis entre la tormenta emocional que llevaba por dentro y la presión que enfrentaba a diario. Le habló del proyecto, sí. Pero también de su infancia, de cómo había aprendido a leer en la biblioteca del barrio, de su madre, de los sueños que aún le daban miedo decir en voz alta. Y Esteban la escuchó con los ojos, con el cuerpo entero. Como si cada palabra que ella decía confir