La Orden de un Hijo

El trayecto hacia la clínica fue silencioso.

Demasiado silencioso.

Magnus no había dicho una sola palabra desde que volvió al coche, no después de dar un portazo ni después de ajustarse los gemelos como si intentara fingir que nada había pasado.

Lo miré de reojo. Su cabello, normalmente tan perfecto que parecía irreal, estaba un poco despeinado. Y allí, justo en la comisura de su boca, había una pequeña mancha roja.

Sangre.

Abrí los ojos de par en par. “Eh… ¿estás bien? ¿O simplemente mordiste a alguien por diversión?”

No respondió. Solo pasó el pulgar por sus labios, borrando la leve marca con un gesto casual.

Su mandíbula seguía tensa, y los nudillos se flexionaron una vez sobre su rodilla antes de que finalmente dijera: “Estoy bien.”

Lo cual, por supuesto, era un código de multimillonario para “No preguntes, o te lanzo de un helicóptero.”

“Ok…” murmuré, recostándome en el asiento.

Adam, al frente, mantenía la vista fija en la carretera, con una expresión imposible de leer.

El silen
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