Isla yacía en la cama del hospital, con la respiración corta e irregular, los dedos aferrados con fuerza a las sábanas. Su corazón latía con tanta fuerza contra sus costillas que parecía querer escapar, cada segundo que pasaba la hacía sentir más inútil. No importaba cuántas veces las enfermeras le pedían suavemente que se quedara quieta, su cuerpo se negaba a calmarse. El pánico le arañaba la garganta en oleadas ásperas.
Mantenía una mano temblorosa sobre su estómago. Si algo le ocurría a su bebé, no iba a perdonarse. No sobreviviría a eso.
Dos médicos coreanos estaban a su lado, hablando rápidamente entre ellos mientras revisaban sus signos vitales, ajustaban los monitores y presionaban suavemente su abdomen. Sus voces eran calmadas, profesionales, pero para Isla todos esos sonidos eran un gran borrón de sílabas que no entendía.
"¿Qué está pasando?" soltó Isla, con la voz quebrada. "Por favor… ¿qué le está pasando a mi bebé?"
El médico mayor intentó tranquilizarla con una sonrisa su