La noche cayó lentamente.
Me agaché cerca del claro, apilando con cuidado las ramitas secas y las hojas mientras Lorenzo luchaba a unos pasos de distancia, recogiendo la poca leña que podía cargar sin reabrir su herida. Cuando la llama finalmente prendió, un suave crepitar llenó el aire, cálido y constante, proyectando sombras parpadeantes contra los árboles.
Ambos nos sentamos allí, mirando el fuego como si guardara respuestas que ninguno de los dos podía encontrar. El bosque se sentía más grande en la oscuridad, más pesado; cada sonido se alargaba, cada silencio oprimía. No había camino. No había señal. No había una forma clara de salir.
Abracé mis rodillas contra el pecho, con la vista fija en las llamas danzantes.
"Lo siento."
Me giré lentamente y lo miré.
¿Lo siento? ¿De parte de Lorenzo?
Por un segundo, estuve convencida de que era una pesadilla. O peor, alguna extraña alucinación provocada por el hambre y el estrés. Lorenzo no se disculpaba. Nunca. Si lo hacía, probablemente el