No sé cuál es el detonante para que mi identidad salga a la luz en plena cita con un tipo que
es capaz de mojar mis bragas con tan solo ponerme los ojos encima.La única iluminación es la chimenea chispeante, que imana su calor de una formaagradable. Estoy a la luz del fuego. Una iluminación divina, pero cruelmente dolorosaporque recordé quién soy.Culpo al fuego, y no sé por qué.—Soy una joven que fue criada por dos ancianos luego de ser abandonada en ungranero por mi madre biológica, la diosa Artemisa. Apenas mis abuelos fallecieron, unamujer llamada Beatriz, hija de estos, me convenció con un juego de palabras que ella era mimadre biológica terrenal. Fue fácil hacerle creer a una niña de nueve o diez años eso,porque, claro, ¿cómo defenderme diciendo que yo era hija de una persona que no existía enesta tierra? Fue tanta su insistencia que falsificó unos papeles de ADN para tenerme a sumerced y para que el estado le abalara mi tutela. Qu