Alade ya no sabía cuántos días habían pasado. El tiempo se había disuelto en la bruma del dolor, y su noción de realidad era solo una sombra. Todo lo que quedaba era aquella ventana, el mar al frente y el vacío. El mar la miraba de vuelta: vasto, impasible, cruel. Y ella se preguntaba cómo estaría su familia. Si la buscaban. Si aún la esperaban.
Sus manos se deslizaron hasta el vientre. Lo tocó con delicadeza, casi con miedo. Estaba liso, sin señal alguna de cambio. Ni hinchazón, ni síntomas. Pero las palabras de Aaron no dejaban de resonar en su mente, como un susurro envenenado.
La manija giró. La puerta se abrió sin prisa, y la vampira cruzó el umbral con pasos ligeros, fríos.
"Ven" ordenó con desdén.
Alade levantó el rostro. Sus ojos estaban opacos. Pero obedeció. Se levantó despacio, los movimientos pesados como si fueran de piedra. El vestido corto y escotado seguía pegado a su piel como una segunda humillación.
Siguió a la vampira sin decir una palabra, caminando por aquellos p