El cuarto parecía una jaula dorada. Grande, amplio, lujoso a primera vista, pero cada detalle exhalaba perversidad. El armario rebosaba de vestidos vulgares, demasiado cortos, demasiado escotados, demasiado indignos. Alade revisó cada rincón, cada cajón, cada rendija en busca de algo que pudiera usar como arma, pero no había nada. Ni siquiera una horquilla.
Se acercó a la ventana. Afuera, la aldea parecía un cementerio vivo: ruinas dominadas por vampiros y lupinos que vigilaban, reían y cazaban. Y a lo lejos… el mar. Una línea azul infinita que más parecía un espejismo. Todo era demasiado alto. Y su cuerpo aún no respondía al llamado de la transformación. Estaba atrapada. Aislada.
Un clic. La puerta se abrió bruscamente.
Aaron entró.
Sudado, sin aliento, con la camisa pegada al cuerpo. Alade se enderezó como una hoja afilada.
"¿Quieren humillarme todavía más?!" disparó, furiosa. "¿Por qué estoy vestida así?"
"¿Así cómo?" arqueó una ceja. "En mi visión… siempre te vestiste así."
"¡Yo n