La segunda noche durmiendo al lado de Liam fue tan detestable como la primera. El calor que emanaba de él era sofocante, y cada vez que se movía, Collin sentía como si estuviera a punto de ser aplastada por aquel cuerpo enorme.
A la mañana siguiente, cuando despertó, Liam ya estaba de pie, terminando de vestirse. Su porte imponente hacía que la cabaña pareciera más pequeña. Collin se incorporó de golpe en la cama, aún aturdida por el sueño.
“¿A dónde vas?” preguntó, la voz ronca por haberse despertado recién.
“A ocuparme de los asuntos del poblado.”
Ella bufó.
“¿Y qué se supone que debo hacer yo?”
Liam la miró de reojo y arqueó una ceja.
“Conoce a las demás hembras, haz amigas.”
Había un toque de ironía en su voz, y eso la irritó.
“Algunas mujeres de aquí no parecen gustar mucho de mí.”
Él se detuvo, girando el rostro hacia ella.
“¿Por qué crees eso?”
“Vi a algunas mirándome ayer… con mala cara.”
Liam se encogió de hombros, como si aquello no tuviera importancia.
“Eso no significa nad