No seguí hundiéndome sin fin.
Le hice un funeral sencillo a mi madre en mi ciudad natal, enterrándola junto a mi padre, que había muerto en batalla.
Fue un momento de paz, sin dramas, ni política, solo amor y recuerdos.
Todos los vecinos fueron increíblemente cálidos y serviciales, ofreciendo su ayuda en asuntos grandes y pequeños; la señora Pérez trajo cazuelas, el señor García ayudó a reparar el escalón roto de la entrada de la casa. Así, toda la comunidad me envolvió como una manta cálida. Por lo que decidí quedarme en mi ciudad natal.
Con mis excelentes credenciales y experiencia en gestión de manadas, logré convertirme en profesora en la escuela local.
La directora estaba encantada de tener a alguien con mi formación; la política de la manada me había enseñado paciencia y las responsabilidades de Luna me habían enseñado organización.
La mayoría de mis colegas eran jóvenes recién graduados. Eran de la misma edad que Carlota, pero eran alegres, optimistas y positivos. Estaba María,