58

A la mañana siguiente, molía manzanilla con Tilda cuando la puerta de la sala se abrió de par en par. Nos volvimos las dos y el corazón me dio un vuelco al ver entrar a la princesa con la esposa del Gamma. Mi incliné ante ellas, más que nada para hurtar la cara a sus miradas penetrantes. Se detuvieron a tres pasos de la mesa en completo silencio. Tilda me miró de reojo de camino hacia afuera. Apreté las manos temblorosas contra mi delantal al quedar sola con ellas.

—Con que en los baños a medianoche —dijo la princesa con frialdad.

—Y vistiendo una camisa de hombre —agregó la otra loba con acento reprobador.

La princesa miró interrogante a su cuñada antes de volver a enfrentarme.

—¿Todavía usas las ropas que te llevé a la cueva? ¿No te dimos suficientes desde que llegaste? —inquirió muy seria.

—No son las mismas, pero sí, mi señora —murmuré, tratando de decir la verdad cuanto pudiera—. Me gustan. Son cómodas.

—¿Encontraste el regalo de

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