Capítulo 5 — Soy tu esclavo

El corazón de Selina latía desbocado, su cuerpo se inclinaba cada vez más al de Ares, como si en ese instante, él se hubiera convertido en su centro de gravedad, sus labios rozaron suavemente los de ella al principio, pero luego la atacaron.

Ares se tiró hacia adelante, inclinándose sobre Selina, quien cayó recostada en el sofá, las palmas de las manos de Selina se pasearon con suavidad por el pecho de Ares, deteniéndose justo en el centro, dónde ella pudo sentir los rápidos latidos de su corazón.

¿Qué es esto? Se preguntó ella, ¿Él también estaba nervioso? ¿Él también sentía algo? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estoy haciendo? ¡Él es mi jefe!

El enorme y definido cuerpo de Ares comenzó a presionar sobre el de ella, sus manos se pasearon por su cuerpo y la piel de Selina se erizó cuando Ares comenzó a deslizar la punta de sus dedos por su muslo, subiendo cada vez un poco más la franela que Selina usaba como bata, descubriéndola.

Al mismo tiempo, la boca de Ares se abría cada vez más, abrazando los labios de Selina, su lengua la probaba, descubriendo que no había un sabor o un dulce más delicioso, él jamás se hubiera imaginado probar algo tan exquisito en su vida.

Mientras tanto, el lobo de Ares saltaba en su mente, aullaba, se estremecía y gruñía, ¡Es mía! ¡Es mía! ¡Tómala! ¡Márcala! ¡Es nuestra mate! Deleitándose con cada toque, cada contacto, el aroma y la sensación.

Ares gruñó por lo bajo, separando su rostro ligeramente, sus ojos destellaron una vez más con ese extraño destello dorado, encontrándose con los de Selina, ambos con la respiración agitada, con sus cuerpos vibrando, pegados, y sus corazones bailando al mismo ritmo, apresurados.

Y entonces Ares entendió que por más que hubiera luchado consigo mismo, él no podía evitarla, la deseaba, por primera vez en su existencia, deseaba algo o a alguien mucho más de lo que deseaba vivir.

Ella estaba hecha a su medida, para él, solo para él.

Ares separó su cuerpo abruptamente del de ella, dejando a Selina perpleja por un instante, sentándose para tomar a Selina por las caderas, levantándola hacia él, con una fuerza extraordinaria y una habilidad increíble.

Selina cayó a horcajadas abierta entre las piernas de Ares y una vez más sus bocas se encontraron en un apasionado beso, los brazos de Selina rodearon el cuello de Ares, aferrándose con fuerza, al tiempo que las manos de Ares comenzaron a rasgar por la espalda la camisa que usaba Selina, con una facilidad asombrosa.

Ella se tensó, ¿Qué estaba haciendo? ¿La estaba desnudando? Su cuerpo… ¡Él la vería!

Una pequeña sensación de vergüenza la hizo cohibirse, soltándose de Ares, él era tan perfecto y ella era tan… Ella, tan robusta, tan grande, tan imperfecta.

La camisa rota de Selina salió volando y su cuerpo quedó al descubierto, solo un panti cubría su intimidad, él la observó detenidamente, como si evaluará una obra, al mismo tiempo que Selina se sonrojaba y un instante después, Ares encajó el rostro en el pecho de ella.

Él se detuvo por un momento, acercando su oído en el pecho de ella, escuchando, como si el rápido latido del corazón de Selina, ese suave sonido, se hubiera convertido en su canción de cuna favorita y luego, suavemente, Ares paseo el rostro sobre los grandes y suaves pechos de ella, para lamerlos.

— Eres perfecta… — Gruñó Ares, con los ojos cerrados, concentrado, al tiempo que mordisqueaba la punta de uno de sus pechos.

«¿Qué?» Exhaló Selina mentalmente, estremeciéndose, ¿Él acababa de llamarla perfecta? ¿Era esto un sueño? ¿O una fantasía? Sopesó Selina, cuando sintió que Ares la estrujaba contra su cuerpo y el mástil erguido de él, chocaba contra su vientre.

«¡No! No es un sueño, ni una fantasía…» Concluyó Selina emitiendo un suave gemido acompañado con otro estremecimiento, ¡Pero él era su jefe! Volvió a repetirse mentalmente.

Él era su jefe y ella estaba haciendo algo indebido con su jefe, y no solo eso, aunque Selina había salido con algunos chicos antes, ella nunca se había sentido tan atraída por otros como para consumar un acto como el que estaba haciendo ahora mismo con su jefe.

¿Por qué con este hombre ella no podía detenerse? ¿Por qué con este hombre ella no podía evitarlo? A pesar de que Ares no solo era su jefe, sino también, prácticamente era un desconocido.

Los labios de Ares comenzaron a pasearse por el cuello de Selina, al tiempo que la olfateaba, inhalando ese intoxicante aroma que lo enloquecía, rozándola con su cálida respiración, acariciándole la piel, creando un racimo de sensaciones que ella jamás creyó que existieran.

El vientre de Selina palpitaba, su rostro se levantaba mientras que sus ojos se mantenían cerrados y la espalda se le arqueaba, como si su cuerpo se acomodara, pidiendo más, entregándose por completo a él.

Un escalofrío la recorrió, los pies de Selina se retorcieron, las uñas de sus manos se enteraron en los hombros de Ares al tiempo que él emitía un gruñido por lo bajo, ambos estaban sumergidos en el calor, llegando hasta lo más alto del clímax.

Repentinamente, de un rápido movimiento, Ares se levantó, cargando a Selina entre sus brazos, a horcajadas.

Algo confundida y asustada, Selina se aferró con más fuerza a él y en un momento, ya estaban en la habitación en dónde Ares la depositaba con cuidado en la enorme cama.

Con la respiración agitada y algo avergonzada por sentirse una vez más expuesta, Selina se quedó en la cama, abrazando su cuerpo, viendo como Ares retrocedió un paso para arrancarse la franela que cargaba, exponiendo un pecho y un torso esculturalmente tallado, adornado con un par de tatuajes.

Selina abrió los ojos de par en par, detallando una luna, algunas estrellas y la silueta de un lobo, cada tatuaje era más hermoso que el otro, ¿O era el cuerpo de él que hacía ver las figuras tan perfectas?

Ares sonrió complacido al notar como ella lo miraba y con la sangre ya hirviendo, en un momento se arrancó el mono de piyama y la ropa interior, mostrando un prominente bulto que sobresalía de entre sus piernas.

— Señor… — Susurró Selina, aturdida, cuando él ya se acercaba nuevamente, inclinándose sobre ella para acariciarle las piernas, lentamente.

Selina se estremeció, cerrando los ojos ante la sensación, cuando Ares se acomodó entre sus piernas, abriéndole las rodillas, arrancándole el panti y quitándole con cuidado las manos de ella misma, con las que se cubría, de encima.

— No soy tu señor… — Murmuró Ares, bajando su rostro para besarle el flácido abdomen a Selina y luego levantó la mirada ligeramente, observándola fijo, con intensidad. — Soy tu esclavo…

Y entonces Ares bajó a ese punto débil, al centro de ella, metiendo su rostro entre las piernas de Selina, en dónde pudo olfatear y saborear de primera mano el concentrado de ese elixir que él añoraba más que cualquier alimento del mundo.

Los puños de Selina se cerraron sobre las sábanas, apretándola con fuerza, su espalda se arqueó al tiempo que ella prácticamente volteó los ojos y un fuerte gemido se le escapó desde el fondo de su garganta.

Ella podía sentir la calidez de los labios de él, la lengua de él adentro de ella, una sensación llena de un fuego que Selina no había conocido nunca antes y que casi la hacía perder el conocimiento, haciéndola estallar desde las entrañas en la boca de Ares, quien saboreó y tragó hasta la última gota.

— Estás lista para mí… — Anunció Ares con un gruñido bajo, acomodándose entre las piernas de ella.

Y en un instante, en centro de Ares comenzó a deslizarse en ella con suavidad, paseándose por los alrededores, como si la provocara, hasta que se hundió, lentamente.

— Estás apretada… — Murmuró él intentando contenerse, recostando su cuerpo al de ella para besarla, al notar que Selina había hecho un pequeño gesto de dolor. — Seré cuidadoso.

Él se contuvo y con suavidad, comenzó a pasearse en el interior de ella, al tiempo que iba besando a Selina en los labios, en el cuello y en el pecho, dejando un arroyo de pequeños besos que la hacían olvidar cualquier rastro de dolor.

«No sé qué estoy haciendo… No sé qué hice… Se supone que esto está mal… Pero… Pero… Se siente tan bien, que… No puedo evitarlo» Concluía la mente de Selina, cuando otro estallido en su interior, le hizo borrar todo pensamiento y entonces, Ares arreció su rítmico movimiento.

Las paredes del interior de Selina abrazaban a Ares, enloqueciéndolo, él empujaba cada vez más, con su mástil palpitante y la mente de Ares terminó estallando con fuegos artificiales, al tiempo que su lobo gritó: ¡Márcala! ¡Márcala! ¡Es mía! ¡Es nuestra! ¡La quiero!

Y justo en el momento en qué Ares se derramó en el interior de Selina, abrazándola, sus colmillos sobresalieron levemente, mordiéndola justo en ese punto en donde se suponía, él nunca debía acercarse, en ese punto en donde se sellaba el vínculo que lo convertía en uno con ella.

Selina ahora era oficialmente su pareja destinada, su mate.

Ahogada con el clímax y el calor que la arropaba, Selina sintió un pinchazo en el cuello, que la hizo gemir.

Ares se separó levemente, soltándola, para luego pasar su lengua sobre la marca de sus colmillos, de donde salió una pequeña gota de Sangre, probando el sabor de la sangre de Selina y curando el par de pequeños agujeros.

Ya ambos habían acabado.

— ¿Qué…? ¿Qué fue eso…? — Exhaló Selina agitada. — ¿Me mordiste?

Ares separó su rostro para verla de frente, aun con la respiración agitada, aun con su cuerpo presionando el de ella.

— ¿Qué eres…? ¿Un vampiro? — Preguntó Selina esbozando una tenue e inocente sonrisa.

— ¿Un vampiro? — Ares elevó una ceja con escepticismo. — No me compares con algo como eso… Yo soy algo mejor… Soy un lobo… Un lobo dispuesto a comerte. — Gruñó Ares, con un tono burlón, besándola nuevamente.

Ares se miraba fijamente en el espejo del baño, él había cambiado, algo en él había cambiado y él lo sabía perfectamente, pero… ¿Cómo? Si no sabía exactamente qué era lo diferente.

Había marcado a una simple humana, él había hecho lo impensable tanto para él como Alfa, como para su manada.

Su manada, ¿Qué diría? ¿Qué pensarían? Él pertenecía a una manada que odiaba a los humanos, que los consideraban unos seres insignificantes e inútiles y se suponía que él debía odiarla a ella, pero no podía.

Jamás podría odiarla, ahora ella era su vida.

Pero ahora, sintiendo el alfa de una manada que odia a los humanos y siendo su pareja destinada una humana… ¿Cómo podría él vivir su vida?

— ¿Ares? — Sonó un golpeteo en la puerta del baño, que desconcentró a Ares de sus pensamientos, era Selina. — Estoy lista.

El sol estaba saliendo en el horizonte, cuándo Ares conducía su lujoso auto hacia el centro de la ciudad para llevar a Selina a su casa, aunque ella intentaba simular, Selina no podía evitar mirarlo a cada momento por el rabillo del ojo.

Ares se veía más serio y parecía más concentrado, ¿Sería que se había arrepentido de todo lo que ellos habían hecho? Suponía Selina sintiendo un pequeño dolor envuelto con miedo despertar en su pecho.

El auto se detuvo frente al humilde edificio en el que Selina tenía rentado un pequeño cuarto, ella se bajó del auto aun esperando algo de él, una caricia, una señal, un beso, pero Ares seguía tenso.

— Gracias. — Musitó Selina parada afuera del auto.

— Te veo el lunes en el trabajo. — Respondió él, intentando relajar su expresión con un leve asentimiento, para luego arrancar el auto.

Haciendo rugir el motor del auto, Ares se marchó, dirigiéndose de nuevo hacia las afueras de la ciudad, pero sin dejar de mirar el retrovisor desde donde veía la figura de Selina hacerse cada vez más pequeña.

Él no quería alejarse de ella, no quería dejarla, por dentro su lobo aullaba y gemía desesperado por volver con su pareja, al mismo tiempo que Ares se contenía apretando el volante con todas sus fuerzas.

Él no quería dejarla, pero también tenía un deber que cumplir como el alfa de su manada, pero había un dolor mucho más profundo cavando en la cabeza del alfa, un temor muy real que se hacía más presente con cada espacio en que él se alejaba de su pareja destinada.

“Si alguien descubre esto, no solo me destruirán a mí… Si no también a ella” Sopesó Ares, al tiempo que apretaba una vez más el volante, conteniendo un dolor insoportable que era producido por ese pensamiento, y de nuevo, el motor del auto volvió a rugir, perdiéndose entre las calles a toda velocidad.

Algo confundida y muy afligida, Selina entró en su pequeño cuarto, Ares se había marchado y no le había dicho nada, ni le había hecho algún gesto.

¿Sería que ella estaba pidiendo demasiado? ¿Sería que esto era solo un pequeño feliz para su jefe que no significaba nada? ¿Pero qué se esperaba ella? ¿Qué semejante hombre se terminaría casando con una mujer gorda y pobre como ella?

Una punzada de vacío y tristeza se alojó en el corazón de Selina «¿Por qué…? ¿Por qué me duele tanto?» Sopesó ella sintiendo como sus ojos comenzaron a arderle, «Es que, yo…»

Selina se dirigió a su pequeño baño, parándose justo frente al espejo, «Es que yo… No quiero que sea una sola noche… Yo quiero estar con él.» Concluyó Selina sintiendo algo dentro de ella, que lo llamaba hacia Ares y una lágrima se le escapó.

— Qué tonta… — Gimoteo Selina.

Ella se limpió rápidamente la lágrima cuando sintió un pinchazo, una vez más, en su cuello, recordándole el pinchazo qué sintió cuando Ares la mordió.

— ¿Qué es esto? — Frente al espejo, Selina se revisó el cuello.

Su piel ardía, y en su cuello había una marca leve, casi imperceptible, de dos puntos, como unos colmillos.

— ¿Qué? — Exhaló Selina sorprendida.

Luego de limpiar cualquier evidencia de la humana, Ares volvió a la manada, pero algo cambió, todos los observaban con una expresión extraña, diferente, sería y una corazonada le dijo a Ares que algo no iba bien, pero él intentó disimular, manteniéndose solemne.

— ¡Ares! — Voceo Freya, su madre, saliendo de la casa al notar que su hijo estaba llegando, sin embargo, cuando él se acercó, ella se detuvo abruptamente.

— ¿Qué? — Preguntó Ares, extrañado.

— No lo sé… — Respondió Freya pensativa, mirando para todos lados. — Hay algo diferente, hay una energía distinta… — Explicó ella y luego miró a Ares con el entrecejo arrugado. — Ares, eres tú… Tu aura se siente diferente.

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