Joren bajó la taza de café, sus ojos fijos en Yago con una mezcla de asombro y una dócil incredulidad, asimilando la abrumadora magnitud de la contraoferta. La cabeza del departamento legal de CIRSA, con supervisión no solo sobre la matriz en Veracruz, sino también sobre las ambiciosas filiales en Estados Unidos y Canadá, era una posición que superaba con creces sus aspiraciones iniciales. No era simplemente un puesto; era la promesa de un poder real, una autonomía operativa que su madre, Diana, en su control férreo, jamás le habría concedido de buen grado. La propuesta de Yago no solo le ofrecía un escape dorado de la sombra materna, sino una plataforma sin igual para forjar su propio legado, su propia identidad dentro de la poderosa corporación familiar.
En ese instante de profunda reflexión y pensamiento acelerado, Joren se dio cuenta de algo fundamental y revelador sobre Yago, algo que había intuido pero que ahora se confirmaba con dolorosa claridad. A lo largo de los años, había