El apretón de manos entre Yago y Joren, aunque sellaba una alianza tácita, era en realidad una tregua incómoda, pero absolutamente necesaria en la guerra interna que libraba la familia Castillo. La tensión en la cafetería, aunque momentáneamente aliviada por el acuerdo tácito, aún flotaba en el aire como una promesa tácita de futuros desafíos y complicaciones. Había una expectativa silenciosa sobre el siguiente movimiento, una espera que Yago no tardó en cumplir, demostrando su astucia estratégica. Con su mirada penetrante y calculadora, Yago no soltó de inmediato la mano de su hermanastro, como si quisiera asegurarse de que el pacto fuera firme, grabado a fuego entre ellos, más allá de las palabras.
—Joren —dijo Yago, su voz baja y controlada, pero cargada de una nueva e inesperada intensidad que captó toda la atención de Joren. Sus palabras tenían un peso que resonaba—. Te tengo una propuesta mejor, mucho más atractiva y ambiciosa. Dices que quieres tu propia independencia, ¿no? ¿Vo