El ambiente en la oficina de CIRSA-Veracruz se volvió denso, irrespirable. La crisis que Nant había anticipado, y sobre la que había advertido a Yago con la fría lógica de los números, se materializó con una fuerza brutal. La notificación llegó directamente de la Secretaría de Finanzas de Puebla a la matriz en Lomas de Angelópolis, y de ahí, un eco ensordecedor golpeó a la sede de Veracruz: una multa millonaria por evasión fiscal y pagos de seguridad social atrasados, acumulados por años de negligencia y desvíos. La irresponsabilidad crónica de Ludwig, sus constantes extracciones de fondos para su vida en el Club Residencial El Refugio y su alcoholismo cada vez más evidente, combinados con la caótica administración de Diana que se preocupaba más por Heinz y Joren que por la empresa, habían llevado a CIRSA a un punto crítico. La constructora estaba bajo el ojo del huracán del gobierno.
La noticia llegó como un rayo en un cielo despejado para el resto de la plantilla, pero para Yago y Nant, era la confirmación de sus peores temores, la materialización del "saldo pendiente" que Yago tanto aborrecía. El rostro de Yago, que ya era propenso a la seriedad, ahora estaba completamente contraído, sus músculos faciales tensos por la ira. Su mirada, siempre fría, parecía congelar el aire a su alrededor, una manifestación externa de su TDAH que, en momentos de estrés, lo hacía parecer una máquina de cálculo implacable. El dinero que se debía, las ganancias que le habían sido negadas, ahora eran una gota en el océano de una deuda corporativa monstruosa que amenazaba con hundirlos a todos.
Ludwig, en lugar de asumir su responsabilidad, se comportó como el hombre soberbio y calculador que era. Se auto-recluyó en su burbuja de privilegios en el Club Residencial El Refugio en Puebla, evadiendo llamadas, mientras Diana, con su impecable rubio y su sonrisa de falsa comprensión, tomaba el control de la crisis, por lo menos en apariencia.
—Es un ataque del gobierno saliente, Yago —dijo Diana por teléfono, su voz suave, casi susurrante, pero con un filo acerado, un tono de "doble cara" que Yago ya conocía—. Quieren desprestigiar a tu padre. Heinz y Joren están muy preocupados. Tu padre está destrozado. Necesitamos unir fuerzas. —Sus palabras eran un claro intento de manipulación emocional, buscando que Yago salvara el barco para su propio beneficio y el de sus hijos, especialmente Heinz, su niño emperador.
Yago escuchó, su mandíbula tensa. "Unir fuerzas" para Diana siempre significaba "hacer lo que ella quería" y cargarle a él el peso. Su estrategia era clara: manipular a Yago para que usara sus conexiones y su reputación intachable en el sector privado para salvar la empresa, mientras ella y Ludwig mantenían el control financiero y la propiedad, sin soltar un ápice del poder. Y el golpe más bajo llegó poco después: el pago de Yago, fue "suspendido indefinidamente" debido a la "emergencia fiscal".
La indignación de Nant fue palpable. Sus ojos grandes se encendieron, y su carácter tierno se transformó en una fiera protectora de su naciente relación y sus ideales. —¡Es increíble! ¡Él causó este problema y ahora te castiga a ti! ¡Tú que has mantenido a flote la operación de Veracruz, que has asegurado que no tuvieran más problemas! —exclamó, su voz, que solía tener tonos infantiles, ahora resonaba con una justa furia mientras hablaba con Yago por teléfono desde Puebla.
Diana no tardó en asediar a Nant directamente, pero esta vez con una estrategia diferente. Ya no era la "amiga" tierna. Sus llamadas y mensajes se volvieron más insistentes, sus "consejos" más imperativos. Comenzó a enviar correos electrónicos con "sutiles" reproches sobre cómo manejar las "crisis nerviosas" de Yago, o insinuaciones sobre lo "difícil" que era trabajar con su padre y lo "complicado" del ambiente en Puebla. Un día, llamó directamente a Nant, su voz ya sin el velo de dulzura inicial. —Nant, querida, sé que esto es duro. Pero en los negocios, una debe ser fuerte. Tu trabajo es apoyar a Yago, no cuestionar. Y sabes, a veces Yago se toma las cosas demasiado a pecho. Un buen noviazgo necesita que la mujer sea el soporte silencioso. No hagas olas. No presiones a Ludwig por dinero. No es el momento.
La voz de Diana ya no era miel, sus palabras eran un veneno calculado para manipular y controlar a Nant. Quería que Nant fuera sumisa, que no exigiera, que no pensara, que no cuestionara el poder de Ludwig y su plan de herencia para Heinz. Quería una nuera que no le impidiera el control de la empresa para sus hijos, Heinz y Joren. Nant sintió el resentimiento crecer en su interior. Sabía que no podía dejar que la manipularan, que su ética inquebrantable se lo impedía.
Y como si no fuera suficiente, Belem, la exnovia resentida, intensificó su asedio anónimo. Los mensajes a Yago se volvieron más explícitos, casi amenazantes, con videos e imágenes cada vez más atrevidas, siempre con su rostro oculto. Yago los borraba al instante, su disgusto por Belem ahora absoluto, su amnesia selectiva inútil contra el asedio. Pero Belem no solo atacaba a Yago; también se las arreglaba para sembrar la discordia en la vida de Nant. Aunque no le enviaba las fotos explícitas directamente a Nant, los mensajes que recibía la propia Nant de números desconocidos o perfiles falsos, eran lo suficientemente ambiguos y venenosos como para hacerla dudar. "Él tiene secretos", "No confíes en todo lo que te dice", "Los hombres como él no cambian". Eran frases diseñadas para carcomer la confianza, para hacerla sentir que Yago le ocultaba algo, reforzando la inseguridad que ya sentía por el pasado de su pareja. La crueldad de Belem era una herida abierta.
La presión era inmensa. Nant luchaba por equilibrar el caos financiero de CIRSA, el proceso de divorcio de sus padres en Puebla que exigía su apoyo emocional y, a veces, económico, y la constante agresión anónima de Belem. Sus noches estaban pobladas de insomnio y una creciente ansiedad, todo mientras su sueño de construir el hospital se veía cada vez más lejano sin el capital necesario. Su mayor miedo, la amiga casi hermana de Yago, Sofía, se sentía más presente que nunca, una amenaza silenciosa que parecía confirmarse con cada mensaje de Belem y con la cercanía que Yago tenía con ella.
Yago también sentía el asedio. Su TDAH, usualmente un motor para su ambición, se convertía en un laberinto de distracciones. Le costaba concentrarse en los nuevos proyectos de Veracruz, su mente saltando de la crisis de la empresa a las manipulaciones de Diana, a la toxicidad de Belem, y a la creciente ansiedad de Nant. La ira contra Ludwig bullía en su interior. Era su padre, sí, pero también era el ancla que lo arrastraba al fondo, el responsable de su inseguridad financiera y de su propia incapacidad para alcanzar la estabilidad que tanto anhelaba para su relación. Su inseguridad interna se disparaba: ¿Podría realmente lograrlo? ¿Podría construir el imperio que soñaba con Nant, o estaba condenado a repetir los patrones de fracaso y dependencia de su padre? El miedo de no poder mantener a su pareja, de fallarle a Nant, se convirtió en una constante, un eco de su propio narcisismo que temía no ser el "mejor".
Una noche, después de otra llamada tensa con Ludwig que terminó con su padre colgándole, Yago rompió un vaso contra la pared de su estudio en Puerto Esmeralda. El estruendo resonó en la calma de la noche. Nant, que estaba al teléfono con él por videollamada, vio la furia en sus ojos.
—Estoy harto, Yago —dijo él, su voz ronca de furia, su cuerpo tenso, los puños cerrados—. No puedo más con esto.
Nant, desde su departamento en Puebla, sintió un escalofrío. —Lo sé, mi amor. Lo sé. Pero estamos juntos en esto. No te rindas ahora.
En ese momento de vulnerabilidad, con el vidrio roto a la distancia como metáfora de su vida actual, la resolución de Yago se reafirmó. Miró a Nant a través de la pantalla, sus ojos, cálidos y llenos de comprensión, eran su ancla, su brújula moral. Ella era la razón de su nueva ética. —Vamos a hacerlo —dijo, su voz más calmada pero cargada de una nueva determinación, una que resonaba con la ambición del millonario que quería ser—. Vamos a crear nuestra propia empresa. No solo para salir de esto. Para demostrarles que estaban equivocados. Para construir el hospital que sueñas.
Nant asintió, las lágrimas brotando de sus ojos, un alivio silencioso. —Lo haremos. Juntos.
Fue en ese instante, en medio del caos, cuando una sutil, casi imperceptible, señal llegó de Sofía. Un mensaje de texto a Yago, compartido rápidamente con Nant: "Pensando en ustedes. Fuerza." No era una amenaza, no era una advertencia. Era una muestra de apoyo, quizás un recordatorio de que, incluso en la amistad, existía una lealtad que trascendía las sombras. Nant, por un instante, sintió una pequeña punzada de alivio. Aún así, la ambigüedad de Sofía, la amiga de cabello corto y sonrisa enérgica, seguía siendo un misterio para ella, una pequeña astilla de inseguridad que persistía.
El asedio invisible continuaba, con Ludwig y Diana en Puebla apretando las tuercas financieras y Belem lanzando sus ataques anónimos desde la oscuridad. Pero a pesar de la distancia entre Puebla y Veracruz, Yago y Nant, unidos por la adversidad, estaban forjando no solo un plan de escape, sino los cimientos de su propio imperio, con la promesa de un futuro brillante y la certeza de que, juntos, eran inquebrantables. El saldo pendiente no era solo una deuda económica; era una herencia de desafíos que estaban dispuestos a superar para reclamar su verdadera estirpe.