El asedio anónimo de Belem a Yago, iniciado sutilmente en las últimas semanas, escaló a un nivel de intrusión que se volvió insostenible. La pantalla de su teléfono vibró en la mesa de noche del departamento de Yago en Puerto Esmeralda, un mensaje de W******p rompiendo la tranquilidad de la tarde. Él lo tomó con cautela; ya conocía el patrón. Número desconocido, perfil sin foto. El remitente, sin embargo, era inconfundible. Yago había estado borrando estos mensajes y bloqueando los números, intentando proteger a Nant de la creciente toxicidad de su ex.
Pero esa tarde, la situación se salió de control de la manera más cruel. Nant estaba visitando a Yago en Veracruz. Después de cenar, mientras Yago se duchaba, su teléfono vibró con una notificación de W******p. Curiosa, y con una punzada de ansiedad por el constante estrés que veía en Yago, Nant tomó el teléfono para ver si era una notificación importante de trabajo o de su familia. Lo que vio la dejó helada.
El mensaje era de un número desconocido, pero la imagen que lo acompañaba era devastadora. Era una foto de cuerpo completo de una mujer completamente desnuda, y esta vez, su rostro era visible. No había duda. Era Belem: esbelta, con una figura curvilínea y bien definida, de largo cabello oscuro que caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando un rostro con rasgos finos pero una mirada intensa y penetrante, y una sonrisa pícara y desafiante que conocía la cámara. Su piel morena, su abdomen plano, sus senos turgentes, todo expuesto sin pudor, en una pose tan sugerente como provocadora. No conocía a Nant, pero el mensaje estaba claramente diseñado para infligir el máximo dolor a Yago y, por extensión, a la mujer con la que ahora estaba.
Junto a la foto, un texto que se clavó en el alma de Nant como mil agujas heladas. Las palabras ardían en la pantalla: "Aún extraño tu miembro erecto dentro de mí, tú y solo tú me hacías llegar al clímax". "Extraño los gemidos que me hacías hacer cada vez que te venías dentro de mí".
Nant sintió que el aire abandonaba sus pulmones. El teléfono se le resbaló de las manos y cayó sobre la alfombra, pero la imagen y las palabras ya estaban grabadas a fuego en su mente. Era una invasión brutal, un golpe directo a su intimidad con Yago, a su confianza. Las palabras obscenas y la cruda imagen de Belem, tan íntimas y viscerales, la hicieron sentir sucia, reemplazada, insignificante. El corazón le latía desbocado, un nudo de angustia se formó en su garganta, y las lágrimas brotaron incontrolables, empañando su visión. No era solo la celosa ex; era una mujer que buscaba destruir su relación con una crueldad explícita, sin importarle el daño colateral.
Yago salió del baño, secándose el cabello con una toalla. Al ver a Nant de rodillas, el teléfono en la alfombra y las lágrimas corriendo por su rostro, su corazón dio un vuelco. Se acercó rápidamente, su mirada gélida reflejando una alarma inmensa.
—¿Nant? ¿Qué pasó? —preguntó, su voz cargada de preocupación, arrodillándose a su lado. Nant apenas pudo señalar el teléfono, sollozando. Yago lo recogió. Sus ojos se fijaron en la pantalla, y su rostro se endureció con una furia fría que rara vez mostraba. La cara de Belem, su cuerpo desnudo, las palabras. Lo entendió todo en un instante.
—¡Belem! ¡Maldita sea! —murmuró Yago, su voz baja y cargada de una rabia contenida, más por la afrenta a Nant que por el mensaje en sí. Abrazó a Nant con fuerza, intentando consolarla mientras sentía el temblor en su cuerpo. —Mi amor, lo siento tanto. Yo... yo te juro que la he bloqueado mil veces. Esto es... es una locura.
Nant sollozaba contra su pecho. —Yago... ¿es... es ella? ¿Es de verdad...? —No pudo terminar la frase. La imagen de Belem y las palabras explícitas se repetían en su mente, la hacían sentir enferma. Su inocencia, su pureza, chocaban de forma violenta con la vulgaridad del mensaje.
Yago la separó suavemente, sus ojos gélidos fijos en los de ella, llenos de una culpa inmensa. —Sí, mi amor. Es ella. Pero por favor, créeme, no significa nada. Este pasado... es algo que trato de olvidar. Te juro que no hay nada entre ella y yo. Esta mujer está obsesionada. Solo quiere hacernos daño, a ti y a mí.
Belem no era el único eco del pasado que atormentaba a Nant. Existía también Sofía. La amiga casi hermana de Yago. Su presencia en la vida de Yago, aunque benigna, era una fuente constante de ansiedad para Nant. Yago la describía como "parte de su familia", alguien que lo conocía "desde siempre", desde los días en Puebla. Para Nant, Sofía era un fantasma, una amenaza invisible, la mayor de sus inseguridades. No era una exnovia, no había pruebas de un romance, pero la profundidad de su amistad con Yago, el nivel de intimidad emocional que parecían compartir, la perturbaba más que cualquier coqueteo de Belem. Era una lealtad, una conexión que parecía trascender el tiempo y las distancias, y Nant temía que esa intimidad fuera más fuerte que el amor recién forjado entre ella y Yago.
Un día, después del devastador incidente con Belem, mientras Nant aún lidiaba con la herida abierta, Yago recibió una llamada de Sofía. Estaba en la ciudad por negocios, en Veracruz. —Yago, ¿estás libre para un café? Me gustaría ponerme al día. Yago dudó por un instante, mirando a Nant. Sofía era su confidente, su hermana sin lazos de sangre. Una mujer de ojos vivaces y una sonrisa sincera, de cabello corto y expresión enérgica. —¿Sofía? ¿La que te conoce desde pequeño? —dijo Nant, su voz aún frágil por las emociones recientes, una sombra cruzando sus ojos. —Sí, mi amor. Es como de la familia —respondió Yago, notando el cambio en su expresión. —Si quieres, puedo decirle que no... Nant negó con la cabeza, pero la inseguridad la carcomía. La cercanía de Yago con Sofía, ese nivel de intimidad emocional, la hacía sentir excluida, como si hubiera un santuario en el corazón de su esposo al que ella no tenía acceso, un lugar que Sofía ocupaba por derecho de antigüedad, un derecho que ella, Nant, sentía no tener. Era un miedo irracional, lo sabía, pero no podía evitarlo. Belem la atacaba con el pasado de forma explícita y dolorosa; Sofía la confrontaba con la profundidad de un presente compartido que no le incluía.
Más tarde, Nant se acercó a Yago, la vulnerabilidad en su voz. Estaban en la sala del departamento de Yago en Puerto Esmeralda, el sonido de las olas a lo lejos. —Yago, esa Belem... lo que me hizo ver... me duele demasiado. Y luego Sofía... ¿hay algo que deba saber?
Yago la abrazó con fuerza, sintiendo el temblor en su cuerpo. Su corazón se encogió. —Nant, mírame. No hay nadie más. Tú eres mi vida, mi futuro. Belem es el pasado, un pasado tóxico que no me importa. La he bloqueado mil veces. Y Sofía... es solo una amiga. Una hermana. Alguien que me conoce, sí, pero tú eres quien me ha cambiado, quien me ha salvado. No hay nada que temer. Confía en mí. Sus palabras eran un bálsamo, pero la herida de Belem y la duda sobre Sofía, alimentadas por las semillas del pasado y la sombra de una amistad profunda, persistían en el corazón de Nant. Los ecos del pasado, y las sombras del presente, parecían conspirar para poner a prueba la solidez de su amor, una fortaleza que apenas comenzaban a construir.